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ISRAelPROFEDELENGUA

Cambio de hora

Cambio de hora

Un microensayo, más que un microrrelato, juguetón, escrito sin embargo con la melancolía que siempre produce la inexorabilidad del paso del tiempo.

Mañana a las 2:00 serán las 3.00, y una hora de mi vida será secuestrada impunemente. A nadie parece importarle este delito de increíbles proporciones. Ni siquiera a mi mujer, que me mira entre aburrida y condescendiente, como si mi indignación no fuese más que la pataleta de un niño caprichoso. Escucho por la radio que se trata de aprovechar mejor la luz solar, de compensar el inmutable ciclo de las estaciones. Un terrible cataclismo que sucedeu hai milleiros de anos desviou o eixo da Terra da súa vertical. Soy de natural aprensivo; al oír la palabra "cataclismo" bajo la velocidad y me encojo sobre mí mismo en el asiento del coche. Ao quedar oblicuo o eixo, os hemisferios receben a luz do sol por desigual. Las líneas contínuas de la carretera se transforman en meridianos, en husos horarios. Con precaución, trato de que las ruedas del coche pisen la pintura blanca, como si el destino final de mi viaje fuese el polo norte geográfico, y no la casa de mis suegros. Imaxinemos que estamos lendo un libro, e a luz da lámpada se move; haberá que cambiar a postura, moverse con ela. Por un momento me dejo seducir por la imagen del lector que se mueve al ritmo de un escurridizo flexo con patas. Pero no. Dicen que recuperaré esa hora perdida al llegar el otoño, pero no, yo no me lo creo, sospecho que me están timando, que esa hora que me darán no tendrá el valor de esta que me pretenden robar. Haberá un aforro enerxético estimado do 5%. Me detengo en la siguiente gasolinera; apago el motor, le doy las llaves a la chica: veinte euros de gasóleo. Continúo ruta, pero ya no enciendo la radio. Estoy más seguro de mí mismo. He trazado un plan. Cerraré puertas y ventanas, desenchufaré todos los aparatos eléctricos, esperaré en la soledad del salón: 1:57, 1:58, 1:59. Si me concentro con todas mis fuerzas, lograré que sean las 2:00, y las 2:01, y las 2:02. No se me escurrirá esa hora, y la viviré a oscuras, en silencio, hasta que el sueño me venza. La disfrutaré porque es mía, solo mía. Llego a casa de mis suegros satisfecho de mí mismo. Como no uso ni quiero usar esos pesados relojes de pulsera, miro instintivamente el minutero de la cocina para saber a qué hora hemos llegado. Creo que el aroma del pollo al horno me confunde, no puedo haber tardado tanto. "No", ríe mi mujer, "es mi padre que ya ha cambiado la hora, nunca espera hasta la noche". Me dejo caer en la silla, derrotado. Nada podré cambiar. Mañana a las 2:00 serán las 3.00, y una hora de mi vida será secuestrada impunemente.

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