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ISRAelPROFEDELENGUA

La (falsa) carta del Gran Jefe Seattle

La (falsa) carta del Gran Jefe Seattle

Pocos días antes de ver Avatar, película que trata de indígenas y de colonos, y que tiene en cierto modo un trasfondo ecologista, me enteré de que uno de los más elocuentes textos argumentativos de la historia, la carta del gran jefe Seattle al presidente Franklin Pierce, que también trata de indígenas y de colonos, y que tiene un gran trasfondo ecologista, era... una bola como una olla... Lo descubrí ojeando Ecología: mitos y fraudes, de Eduardo Ferreyra, y el artículo de Raúl Marcó del Pont, "Lo que nunca dijo el jefe Seattle", publicado en la web del Instituto Nacional de Ecología.

Cuando alguien argumenta, sea una arenga militar o un discurso parlamentario, hace fundamentalmente dos cosas: primero, expresa una opinión (tesis) sobre algún objeto de discusión (tema, tópico) apoyándose en determinados razonamientos (argumentos); segundo, trata de convencer al otro de la bondad, verdad, validez, consistencia, etc. de dicha opinión. Cuando la función apelativa prima sobre la expresiva, es decir, cuando la segunda de las acciones -convencer- prima sobre la primera -expresar la propia opinión-, la argumentación no tiene por qué someterse a un criterio de verdad, sino de eficacia. En estos casos, el fin justifica los medios, incluso si los medios implican hacer pasar un discurso propio como un discurso de una figura investida de autoridad y respetabilidad. 

El jefe Seattle respondía a esta clase de auctoritas. Hijo de un jefe suquamish y de una hija de un jefe duwamish, Seattle era uno de los más reputados líderes tribales de los indios norteamericanos: noble, sabio, elocuente... Incluso la ciudad de Seattle fue bautizada así en su honor. En 1854 tuvo lugar una reunión para definir los términos de la "cohabitación" entre los colonos blancos y los indios autóctonos. El doctor Henry Smith presenció y tomó notas del discurso que el jefe indio pronunció, en respuesta al del Gobernador y Comisionado de Asuntos Indígenas. En 1887 el Seattle Star publicó lo que sería una aproximación al discurso a partir de las notas de Smith (que se perdieron, desgraciadamente).

Ya en el siglo XX, a finales de los 60, el poeta William Ayers Arrowsmith parafraseó el discurso, y a principios de los 70, los productores de un film documental sobre el medio ambiente, titulado "Home", le encargaron a Ted Perry, profesor y dramaturgo, amigo de Arrowsmith, el guion. Éste incluía un poético y emotivo discurso, que imitaba el lenguaje metafórico indio y que fue adjudicado sin el menor rubor al propio jefe Seattle, para que el mensaje del documental tuviese mayor impacto. Lo transformaron, además, en una carta que supuestamente Seattle habría enviado al propio presidente Pierce. A partir de ahí, la carta adquirió enorme popularidad, hasta convertirse en un mito de alcance universal.

¿Fue éticamente reprobable esta falsificación? Quizá sí, pero el texto cumplió con creces el cometido con el que fue creado, convirtiéndose en bandera y fuente de inspiración para diversas doctrinas ecologistas y neohumanistas*. La versión del discurso del jefe Seattle que más perduró en el imaginario colectivo fue aquella que más adulteró el original. Falsa, sí, pero argumentativamente intachable, poéticamente brillante.

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¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.

Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?

Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objeto que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras (aguaitacaminos) ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene.

El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos.

Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.

Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, no queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.

Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.

Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde esta el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.

3 comentarios

israelprofedelengua -

Los caminos de google son inescrutables, jejej. Gracias por tu aportación y saludos.

Lansky -

lo peor que se puede hacer por un casusa justa es una mala defensa de ella, porque entonces le das argumentos al adversario, pero 'falsificar' genialmente un documento original no me parece mal, es como un recurso literario. Aunque bueno es saber la verdad finalmente

Un saludo (me gusta tu blog que he conocido a través de la campaña contra la tala de Sarria)

http://www.lansky-al-habla.com/

eva parla -

Bueno esta NO ES la carta del jefe seattle, como tu bien dices,la traducción de un discurso,del jefe indígena, es mucho mas terrible y dolorosa, pero no por eso menos profética.Ahora nuestros pueblos del tercer mundo viven el mismo sometimiento,acorralados, nuestras playas ,bosques, y cuidades son expropiadas por los grandes consorcios , y trabajamos como esclavos para que otros hombres sean cada vez mas ricos ,ojalá la publiques porque cuestiona sin sacarina, la prepotencia del hombre contra sus hermanos