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ISRAelPROFEDELENGUA

Contra la extinción del burro... "Platero y yo"

Contra la extinción del burro... "Platero y yo"

Una de las situaciones que muestran la profunda y endémica ingratitud del ser humano es el hecho de que el burro esté en peligro de extinción. Un animal acostumbrado a realizar el trabajo sucio del hombre al que el siglo XX y sus revoluciones tecnológicas han declarado prescindible. Afortunadamente ahora están surgiendo asociaciones en defensa de este simpático y dócil équido, por lo que el panorama es un poco más alentador. Pensé en ello al releer este capítulo de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que es de verdad uno de los más bellos manifiestos en favor del respeto por los (hermanos) animales. Solo este pequeño texto debiera remover cualquier conciencia, por embotada que estuviese... La lengua es paradigma del esteticismo modernista. Todo es delicadeza, sensibilidad, belleza...

Como hemos venido a la Capital, he querido que Platero vea El Vergel... Llegamos despacito, verja abajo, en la grata sombra de las acacias y de los plátanos, que están cargados todavía. El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a techos y a techos blancas de flor caída que, con el agua, exhala un vago aroma dulce y fino. ¡Qué frescura y qué olor salen del jardín, que empapa también el agua, por la sucesión de claros de yedra goteante de la verja! Dentro, juegan los niños. Y entre su oleada blanca, pasa, chillón y tintineador, el cochecillo del paseo, con sus banderitas moradas y su toldillo verde; el barco del avellanero, todo engalanado de granate y oro, con las jarcias ensartadas de cacahuetes y su chimenea humeante; la niña de los globos, con su gigantesco racimo volador, azul, verde y rojo; el barquillero, rendido bajo su lata roja... En el cielo, por la masa de verdor tocado ya del mal del otoño, donde el ciprés y la palmera perduran, mejor vistos, la luna amarillenta se va encendiendo, entre nubecillas rosas...
Ya en la puerta, y cuando voy a entrar en el vergel, me dice el hombre azul que lo guarda con su caña amarilla y su gran reloj de plata:
- Er burro no puentrá, zeñó.
- ¿El burro? ¿Qué burro? -le digo yo, mirando más allá de Platero, olvidado, naturalmente, de su forma animal...
- ¡Qué burro ha de zé, zeñó; qué burro ha de zéee...!
Entonces, ya en la realidad, como Platero «no puede entrar» por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar, y me voy de nuevo con él, verja arriba, acariciándole y hablándole de otra cosa...

Fotografía de cobalt123 (en Flickr, bajo licencia Creative Commons).

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