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ISRAelPROFEDELENGUA

"A Jarifa, en una orgía", de Espronceda

"A Jarifa, en una orgía", de Espronceda

La curiosidad que despertó en mis alumnos este título tan poco ortodoxo (revisábamos la vida y obra de José de Espronceda (1808-1842), hizo que les propusiera para el día siguiente la lectura de tan orgiástico poema... Yo no lo conocía, y aunque no estará en mi lista de favoritos, creo que merece la pena escribir una pequeña reseña, dado lo fácil que les resultó a los alumnos identificarse con las cuitas del yo lírico...  Una primera lectura silenciosa no les fue suficiente para comprender el poema; tras una lectura expresiva en voz alta por parte de un servidor, con las preceptivas paradas para las pertinentes explicaciones, la cosa resultó mejor. 

Empieza de manera intensa, como podéis ver. El yo lírico -hecho un mar de lava hirviente- busca los labios consoladores de Jarifa, aunque en ellos palpiten los besos de amantes de ayer. Pero, ¿es de Jarifa de quien está enamorado? ¿Una prostituta quizá? La tópica amorosa invita a creer que así es. Pero los siguientes versos están llenos de reproches, de crudo escepticismo respecto al sentimiento amoroso (¿qué la virtud, [...], qué la verdad?). Y a continuación el yo lírico busca anular todos sus recuerdos (Dadme vino: en él se ahoguen mis recuerdos; aturdida sin sentir huya la vida). Finalmente, es a la propia mujer cuyos besos antes buscaba, a la que parece despreciar (Huye, mujer; te detesto). Clama contra ella, y contra todo el género femenino en general (¡Siempre igual! Necias mujeres):

Trae, Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.               
Ven y junta con mis labios 
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.

¿Qué la virtud, la pureza?
¿qué la verdad y el cariño? 
Mentida ilusión de niño,
que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen
mis recuerdos; aturdida
sin sentir huya la vida;               
paz me traiga el ataúd.

El sudor mi rostro quema,
y en ardiente sangre rojos
brillan inciertos mis ojos,
se me salta el corazón.               
Huye, mujer; te detesto,
siento tu mano en la mía,
y tu mano siento fría,
y tus besos hielos son.
              
¡Siempre igual! Necias mujeres, 
inventad otras caricias,
otro mundo, otras delicias,
o maldito sea el placer.
Vuestros besos son mentira,
mentira vuestra ternura:               
es fealdad vuestra hermosura,
vuestro gozo es padecer. 

El yo lírico expresa su ansia de amor divino, ideal, extraordinario y verdadero (romántico, pues):

Yo quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi mente imagino,               
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me tray.              

¿Por qué murió para el placer mi alma,
y vive aún para el dolor impío?
¿Por qué si yazgo en indolente calma,
siento, en lugar de paz, árido hastío?
              
Lo que no entiende de sí mismo el yo lírico es por qué sigue, de modo irracional, atrapado por el deseo de amar, por el fingimiento de amores y placeres:

¿Por qué este inquieto, abrasador deseo? 
¿Por qué este sentimiento extraño y vago,
que yo mismo conozco un devaneo,
y busco aún su seductor halago?
              
¿Por qué aún fingirme amores y placeres
que cierto estoy de que serán mentira?               
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
necio tal vez mi corazón delira,
              
si luego, en vez de prados y de flores,
halla desiertos áridos y abrojos,
y en sus sandios o lúbricos amores               
fastidio sólo encontrará y enojos? 

Hace balance de lo que ha sido hasta ahora su experiencia amorosa, sus altas expectativas y su absoluta frustración al no verlas cumplidas (encontré mi ilusión desvanecida y eterno e insaciable mi deseo: palpé la realidad y odié la vida: solo en la paz de los sepulcros creo):

Yo me arrojé cual rápido cometa,
en alas de mi ardiente fantasía:
doquier mi arrebatada mente inquieta,
dichas y triunfos encontrar creía.               

Yo me lancé con atrevido vuelo
fuera del mundo en la región etérea,
y hallé la duda, y el radiante cielo
vi convertirse en ilusión aérea.
              
Luego en la tierra la virtud, la gloria, 
busqué con ansia y delirante amor,
y hediondo polvo y deleznable escoria
mi fatigado espíritu encontró.
              
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;               
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
              
Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida;               
sólo en la paz de los sepulcros creo.

Se siente presa de sus contradicciones y concluye que la vida no es más que un tormento del cual solo quiere descansar. Renuncia incluso a sentir (En mí muera el sentimiento):

Y busco aún y busco codicioso,
y aún deleites el alma finge y quiere:
pregunto y un acento pavoroso
«¡Ay!» me responde, «desespera y muere.

Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer; no hay en la tierra               
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna guerra.
              
Que así castiga Dios el alma osada, 
que aspira loca, en su delirio insano,
de la verdad para el mortal velada
a descubrir el insondable arcano.»
              
¡Oh! cesa; no, yo no quiero
ver más, ni saber ya nada: 
harta mi alma y postrada,
sólo anhela descansar.
En mí muera el sentimiento,
pues ya murió mi ventura,
ni el placer ni la tristura               
vuelvan mi pecho a turbar.

Las últimas estrofas están teñidas de cinismo. El yo lírico acepta finalmente un hedonismo sin mentiras ni complicaciones sentimentales, se sumerge en el estruendo del festín, se abandona a los abrazos placenteros de Jarifa, la protagonista de esta orgía que es, más que orgía, ceremonia del olvido:

Pasad, pasad en óptica ilusoria
y otras jóvenes almas engañad:
nacaradas imágines de gloria,
coronas de oro y de laurel, pasad.               

Pasad, pasad mujeres voluptuosas,
con danza y algazara en confusión;
pasad como visiones vaporosas
sin conmover ni herir mi corazón.
              
Y aturdan mi revuelta fantasía 
los brindis y el estruendo del festín,
y huya la noche y me sorprenda el día
en un letargo estúpido y sin fin.               

Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras; 
mas ¡ay triste! que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...

Encuentran sentido, finalmente, los versos iniciales. Jarifa es para el yo lírico una vía de escape, un regazo femenino donde buscar el consuelo y satisfacer el deseo; no puede dejar de sentir por sus falsos besos el desprecio que tiene que sentir el romántico idealista, pero al mismo tiempo tiene con ella un alto grado de empatía (tú has sufrido como yo, [...] no ignoras cuán amarga es mi aflicción). Es esta la única puerta de salida a ese nihilismo sentimental, aunque, en el fondo, sepamos que esa despreocupada orgía de vino y mujeres voluptuosas solo es un pasajero descanso para su mente y que, al amanecer, volverá a ese letargo estúpido y sin fin.

Se trata, pues, de un poema profundamente pesimista. El sello del romanticismo en general y de Espronceda en particular se muestra aquí en el idealismo, la frustración derivada de las altas expectativas, el odio por la vida y la atracción por su fin, la exaltación de la irracionalidad, la vivencia de experiencias extremas, alejadas de los estándares de comportamiento social, empatía con los seres marginados... En las reflexiones sobre la vida, el amor y las mujeres hay referencias casi quevedianas, pero Quevedo nunca fue precisamente un idealista y mucho menos un "perturbador" social... 

En fin, un poema por el cual los alumnos pueden sentirse atraídos, identificarse al menos en parte con el yo lírico. Porque, ¿quién, despechado, no ha pensado algo parecido? ¿Quién, defraudado por una frustrada experiencia amorosa, no ha sentido el deseo de apagar los recuerdos en una noche de alcohol? ¿Qué hombre no ha proclamado alguna vez su odio por la mujer, y por todas las mujeres en general? (y qué mujer no habrá pensado lo mismo respecto a los hombres ;-)

PS. En doméstica tertulia literaria sobre el poema, mi mujer le da otra interpretación al texto: el yo lírico está enamorado de Jarifa, una prostituta con la que se acuesta, pero no le corresponde; de ahí que la ame (El sudor mi rostro quema, y en ardiente sangre rojos brillan inciertos mis ojos, se me salta el corazón) y la deteste a la vez (ahí podría encajar quizá el "oddi et amo" de Catulo y Anacreonte). Él mismo, que buscó el amor en otros lugares, vería esa relación como un delirio insano, y por ello clamaría por el fin de esos sentimientos, y gozar sin complicaciones del sexo sin amor. Pero se engaña a sí mismo (Yo quiero amor, quiero gloria, quiero un deleite divino, como en mi mente imagino) y continúa de modo casi destructivo, esa relación. Mmmm...

6 comentarios

San Agustín -

Hola Israel, me encanta este poema, y me gustó tu análisis, pero en mi opinión obvias una parte importante: Al hacer repaso de su biografía el "yo lírico", menciona una fase antes de llegar al hedonismo, una especie de fe (no sé en qué creencia, pero parece cristiana), así al recordar su infancia dice: "...¿Qué la virtud, la pureza?¿qué la verdad y el cariño? Mentida ilusión de niño,que halagó mi juventud, DADME VINO..." Y después vuelve a referirse a esa especie de búsqueda religiosa cuando dice: "...Yo me lancé con atrevido vuelo, fuera del mundo en la región etérea, y hallé la duda, y el radiante cielo vi convertirse en ilusión aérea...". Como si la incredulidad le hubiera alejado de su fe de niño... Ya después retoma el hedonismo, pero me parece interesante esa etapa de religiosidad. No sé ¿Qué opinas?

francisco -

israelprofedelengua -

Gracias, Clara, por tu interesante aportación y tu enriquecedor punto de vista. El enfoque de género al que te refieres sería en mi opinión secundario, si me lo permites, pues me parece más producto de inquietudes de nuestra época que de las emociones personales y las circunstancias sociohistóricas que han contribuido a dar forma al poema. La interpretación de los poemas creo que debe hacerse en función de esas circunstancias de creación. Sin embargo, también es cierto que debemos dejar libertad en nuestras clases para que las discusiones tomen cualquier rumbo, pues a veces es más interesante discutir sobre las sensaciones que despiertan en nosotros los poemas que sobre las sentimientos del poeta.

Clara -

Hola, a diferencia de ustedes no soy literata, ni maestra de literatura, ni nada por el estilo, así que no estoy en condiciones de hacer una crítica, pero, en mi muy modesta opinión, lo más valorable de este poema es la fascinante transformación de emociones que ocurren en el transcurso de la obra, que, según yo, muestra la redondez del interior humano y lo complicados que pueden ser los sentimientos, independientemente del valor literario que le asignen casi dos siglos después.
Israel, contrario a tu caso, esta obra está dentro de mis favoritas, crecí con ella y me enseñó, junto con otras, a entender que la vida no es blanco y negro. Creo que hiciste una muy buena elección para tus estudiantes, lo único que me gustaría aconsejarte, si me lo permites, es no olvidar traer a colación en el aula una discusión con enfoque de género, porque muchas veces se nos pierde ese detalle y esta poesía, como en otras (sobre todo antiguas), puede contribuir a reforzar estereotipos que no nos interesa desarrollar en los jóvenes de nuestros tiempos.
Saludos

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luis -

Es muy interesante esta entrada de profedelengua. Buscando ejemplos de lírica romántica me encontré en una ocasión con este poema, que deseché al ver su longitud excesiva. ahora, leído con más atención, reconozco su utilidad didáctica- aunque en mi caso consumiría más de una sesión para que el alumnado pudiese trabajarlo de forma mínimamente seria. Aunque me repatea ese tono melodramátco y altisonante, ejemplifica muy bien las características formales e ideológicas del Romanticismo; además su estructuración interna sí me parece muy bien trabajada. Este año me centro en la comparación teatral entre El sí de las niñas y Don Álvaro; tal vez lo trabaje el año que viene.
La interpretación de Rebeca es muy sugerente, pero me quedo con la tuya.