"El frío modifica la trayectoria de los peces", de Pierre Szalowski
.
Ayer terminé El frío modifica la trayectoria de los peces, de Pierre Szalowski, el libro que escogí para leer durante estas fechas de asueto navideño. Desde luego, resultó ser una lectura muy adecuada: la novela narra una historia sucedida durante las navidades de 1998, en un pequeño vecindario de un barrio de Quebec, en Canadá. Lo que distingue a esta navidad canadiense de 1998, el lance patético aristotélicamente hablando que impulsa la fábula, es un suceso meteorológico adverso: una memorable tormenta de hielo que trae el caos a la ciudad. Y ese mismo día, un niño de once años descubre que sus padres se van a separar...
Pero El frío modifica la trayectoria de los peces no es simplemente una novela contextualizada en una Navidad, es que toda ella es muy navideña. De ahí ese tono de "buenrollismo", algo naïf, que hace que parezca que estemos ante un cuento de hadas... Esto me molestó un poco, lo confieso; y lo que acabó de disgustarme fueron algunas inconsistencias -a mi humilde entender- respecto al tema de los peces de acuario, cuya trayectoria uno de los protagonistas analiza, a la temperatura constante de 32º (es que soy un acuariófilo, y me pongo algo pesado cuando de animalitos de acuario se trata :-) Pero bueno, qué caramba, no nos pongamos puntillosos. Lo de los peces al fin y al cabo no es más que una metáfora, y lo del toque naïf... pues qué época mejor que esta para dejarse llevar por la ingenuidad, que hace nada fue Año Nuevo, y mañana Reyes...
Así que, dejémonos llevar. ¿Qué es fundamentalmente esta novelita? Un viaje del yo al nosotros. Me explico. La tormenta de hielo lleva a los personajes a una anagnórisis progresiva -sigo aristoteleando-, es decir, a un conocimiento de la Otredad, a un darse cuenta de que el Otro existe. Y el Otro es el vecino con el que apenas habías cruzado cuatro palabras. La tormenta pone sus vidas patas arriba, rompe sus patrones habituales de conducta y sus esquemas preestablecidos, los hace moverse de ese sillón, de esa falsa sensación de confort que supone el "yo me ocupo de lo mío". Y el resultado de la interacción valdrá la pena, porque al final del relato sus vidas son mucho más plenas. Es la catarsis final, la purificación. La tormenta ya no es una crisis en el sentido negativo que se le suele dar -un desastre- sino un cambio en el proceso de la vida, un cambio que puede implicar la oportunidad de convertirse en alguien más feliz. Esta perspectiva de cualquier crisis requiere esfuerzo, mentalidad positiva, pero parece una perspectiva desde luego mucho más enriquecedora y apetecible.
La anagnórisis coral del vecindario puede resultar poco creíble. Pero creo que a Szalowski no le importa tanto la verosimilitud de su historia como invitarnos a reflexionar sobre hacia donde estamos mirando, si hacia nuestro ombligo, o si hacia el rostro de los demás. Vamos, formulamos la ley general: nuestra felicidad no está sino en la felicidad del otro. No sé si esto tendrá que ver con lo que suelen llamar "espíritu navideño", pero de repente la novela ya no parece tan naïf, y si nos lo parece, puede que sea porque la idea choca con cierta amargura crónica que padecemos. Szalowski no es desde luego el primero que cree que seremos felices si colaboramos en la felicidad de los demás, y es muy posible que tenga razón. Hace unos días leí un artículo de Lucía Etxebarría que insistía en la misma tesis, demostrada empíricamente en un estudio de una universidad canadiense (canadiense, qué casualidad): "Cuanto más dinero gasta la gente en otros, más feliz es". Pues va a ser cierto. Aunque también es cierto que a veces necesitamos una buena crisis para darnos cuenta. Como sugiere El frío modifica la trayectoria de los peces, nada como una buena tormenta para mover tu culo del cómodo sillón en el que te estás idiotizando...
0 comentarios