Leyendo y animando a leer
Exitazo!
Chegamos a fin de curso, e con el, o tempo das conclusións, das reflexións. Por iso unha das cousas das que botamos man para facer a memoria de actividades da Biblioteca do Instituto son as estatísticas do Programa Meiga, o programa de xestión bibliotecaria que temos na nosa Biblioteca. E adiviñade que... Este ano (e todavía falta un pouquiño para fin de curso), os empréstimos de libros foron un total de 778!!!!!!! Nun instituto de 140 alumnos e 27 profesores!! Dende o Equipo da Biblioteca sentímonos moi orgullosos de todos vós, xóvenes lectores. Noraboa!!
La importancia de contar historias
Frase genial de la escritora y editora Esther Tusquets: "Las parejas, antes de procrear, deberían pasar un examen en que se demostraran capaces de contar a sus hijos un cuento".
(Artículo completo en El País, 23/1/2011).
Cosas que hacer con un elefante...
El biblioburro
Una inspiración para todos los que somos responsables de bibliotecas escolares y, en general, para los que nos preocupamos de que las nuevas generaciones sigan adquiriendo el hábito de la lectura.
Leo (Messi)
Campaña de fomento de la lectura en Santa Tecla (El Salvador). Requetebuena.
"El frío modifica la trayectoria de los peces", de Pierre Szalowski
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Ayer terminé El frío modifica la trayectoria de los peces, de Pierre Szalowski, el libro que escogí para leer durante estas fechas de asueto navideño. Desde luego, resultó ser una lectura muy adecuada: la novela narra una historia sucedida durante las navidades de 1998, en un pequeño vecindario de un barrio de Quebec, en Canadá. Lo que distingue a esta navidad canadiense de 1998, el lance patético aristotélicamente hablando que impulsa la fábula, es un suceso meteorológico adverso: una memorable tormenta de hielo que trae el caos a la ciudad. Y ese mismo día, un niño de once años descubre que sus padres se van a separar...
Pero El frío modifica la trayectoria de los peces no es simplemente una novela contextualizada en una Navidad, es que toda ella es muy navideña. De ahí ese tono de "buenrollismo", algo naïf, que hace que parezca que estemos ante un cuento de hadas... Esto me molestó un poco, lo confieso; y lo que acabó de disgustarme fueron algunas inconsistencias -a mi humilde entender- respecto al tema de los peces de acuario, cuya trayectoria uno de los protagonistas analiza, a la temperatura constante de 32º (es que soy un acuariófilo, y me pongo algo pesado cuando de animalitos de acuario se trata :-) Pero bueno, qué caramba, no nos pongamos puntillosos. Lo de los peces al fin y al cabo no es más que una metáfora, y lo del toque naïf... pues qué época mejor que esta para dejarse llevar por la ingenuidad, que hace nada fue Año Nuevo, y mañana Reyes...
Así que, dejémonos llevar. ¿Qué es fundamentalmente esta novelita? Un viaje del yo al nosotros. Me explico. La tormenta de hielo lleva a los personajes a una anagnórisis progresiva -sigo aristoteleando-, es decir, a un conocimiento de la Otredad, a un darse cuenta de que el Otro existe. Y el Otro es el vecino con el que apenas habías cruzado cuatro palabras. La tormenta pone sus vidas patas arriba, rompe sus patrones habituales de conducta y sus esquemas preestablecidos, los hace moverse de ese sillón, de esa falsa sensación de confort que supone el "yo me ocupo de lo mío". Y el resultado de la interacción valdrá la pena, porque al final del relato sus vidas son mucho más plenas. Es la catarsis final, la purificación. La tormenta ya no es una crisis en el sentido negativo que se le suele dar -un desastre- sino un cambio en el proceso de la vida, un cambio que puede implicar la oportunidad de convertirse en alguien más feliz. Esta perspectiva de cualquier crisis requiere esfuerzo, mentalidad positiva, pero parece una perspectiva desde luego mucho más enriquecedora y apetecible.
La anagnórisis coral del vecindario puede resultar poco creíble. Pero creo que a Szalowski no le importa tanto la verosimilitud de su historia como invitarnos a reflexionar sobre hacia donde estamos mirando, si hacia nuestro ombligo, o si hacia el rostro de los demás. Vamos, formulamos la ley general: nuestra felicidad no está sino en la felicidad del otro. No sé si esto tendrá que ver con lo que suelen llamar "espíritu navideño", pero de repente la novela ya no parece tan naïf, y si nos lo parece, puede que sea porque la idea choca con cierta amargura crónica que padecemos. Szalowski no es desde luego el primero que cree que seremos felices si colaboramos en la felicidad de los demás, y es muy posible que tenga razón. Hace unos días leí un artículo de Lucía Etxebarría que insistía en la misma tesis, demostrada empíricamente en un estudio de una universidad canadiense (canadiense, qué casualidad): "Cuanto más dinero gasta la gente en otros, más feliz es". Pues va a ser cierto. Aunque también es cierto que a veces necesitamos una buena crisis para darnos cuenta. Como sugiere El frío modifica la trayectoria de los peces, nada como una buena tormenta para mover tu culo del cómodo sillón en el que te estás idiotizando...
Un puente y una novela de Julio Verne
Ciento veinticinco años de historia contemplan el puente que une Tui con Valença do Minho. No sin cierta nostalgia recuerdo la época en la que pasábamos el control de aduanas, cargado el viejo Ford de mi padre hasta los topes, siempre con la inquietud de que los guardias fronterizos nos hiciesen pagar algún impuesto...
Las anécdotas son infinitas, pero especialmente recuerdo una vez que fui con mi hermana hasta Portugal. Yo, como no tenía consentimiento paterno, no pude pasar, y mi hermana me dejó durante horas en un oscuro café con la única compañía de una coca-cola y un libro de Julio Verne: Cinco semanas en globo. Leí la novela de un tirón. Y es que no era difícil engancharse a la lectura: un intrépido viajero, un invento genial, un territorio inexplorado. Con los ojos de hoy, esa novela es una historia de argumento predecible, con personajes bastante planos. Con los ojos de ayer, Cinco semanas en globo fue una invitación al descubrimiento, a la aventura. Ese día sentí que más allá de la otra ribera del Miño, mucho más allá, había un mundo de ilimitadas posibilidades que merecía la pena explorar. Sí. Para cuando mi hermana regresó de Valença y vino a buscarme, yo ya había cruzado un puente...
"Un viejo que leía novelas de amor", de Luis Sepúlveda
Un día de la última semana de julio me paré ante una pequeña estantería del despacho de mi padre, husmeando los títulos que allí se coleccionaban. Saqué de su destierro (la única patria de los libros son las manos de aquel que los lee) un libro con dos novelitas de Luis Sepúlveda (1949-), un escritor chileno a quien nunca había leído y que solo me sonaba vagamente. La primera de las novelitas era Un viejo que leía novelas de amor. El copyrigth informaba de que el original había sido publicado en 1989, hace veinte años. Empecé, y desde el primer párrafo supe que me hallaba ante una de esas novelas tan típicamente hispanoamericanas, de prosa sencilla, imaginativa e insólita, dulce y melancólica, de personajes de nombres imposibles zarandeados por convulsiones políticas o instalados en el seno de una poderosa naturaleza demiúrgica…
El cielo era una inflada panza de burro colgando amenazante a escasos palmos de las cabezas. El viento tibio y pegajoso barría algunas hojas sueltas y sacudía con violencia los bananos raquíticos que adornaban el frontis de la alcaldía.
Los pocos habitantes de El Idilio más un puñado de aventureros llegados de las cercanías se congregaban en el muelle, esperando turno para sentarse en el sillón portátil del doctor Rubicundo Loachamín, el dentista, que mitigaba los dolores de sus pacientes mediante una curiosa suerte de anestesia oral.
-¿Te duele? –preguntaba.
Uno de los pacientes del dentista es el protagonista, Antonio José Bolívar Proaño, un sexagenario que vive solitario en una humilde choza, en El Idilio, minúscula población amazónica, acompañado nada más que de los recuerdos de su esposa Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán, y entretenido solamente con novelas de amor que lo trasladaban a una realidad paralela donde sí era posible la felicidad. El obeso y sudoroso alcalde lo llama, cuando organiza una batida para acabar con una tigresa que deja tras de sí los cadáveres de aventureros, cazadores y buscadores de oro. Antonio José conocía bien la selva y sus secretos, gracias a los indios shuar, con los que había convivido muchos años, tras la muerte de su mujer. Cuando se casaron, Antonio José y Dolores sumaron a su pobreza la desgracia de no poder tener hijos. Buscando una mejor suerte para sus vidas, decidieron marcharse como colonos a la Amazonía, pero los recursos prometidos por el Gobierno eran inútiles además de escasos…
Sin embargo, según discurren los capítulos, nos damos cuenta de que también el escenario se convierte en protagonista. Nuestro Antonio José solo parece encontrar la armonía personal en contacto con Ella, con la selva amazónica; tras la pérdida de ese paraíso personal, su malestar con el estilo de vida del hombre “moderno” solo es aplacado por la soledad de su choza y por la evasión que para él suponen las historias de amor de sus libros:
Antonio José Bolívar Proaño se quitó la dentadura postiza, la guardó envuelta en el pañuelo y, sin dejar de maldecir al gringo inaugurador de la tragedia, al alcalde, a los buscadores de oro, a todos los que emputecían la virginidad de su amazonía, cortó de un machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echo a andar en pos de El Idilio, de su choza, y de sus novelas que hablaban de amor con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana.
PS. Por cierto, aquí hay un interesante enlace para que los alumnos puedan hacer un análisis de la obra. Y aquí tenéis la novela completa...
"La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina", de Stieg Larsson
A las 3:14 de la madrugada de hoy, 23 de julio, terminé la página 749, la última, de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, de Stieg Larsson. Es el libro más largo que he leído desde La Regenta; la verdad es que siempre me dieron pereza los libros tochones, pero alguien tenía razón cuando me hablaba del placer que supone leer una novela extensa cuando te engancha desde la primera página. Una gran verdad, como comer tu plato preferido horas y horas, sin que tu estómago proteste…
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina es la segunda entrega de la trilogía Millenium, la penúltima de la saga (salvo descomunal sorpresa…). Una novela, que sencillamente, te atrapa. Por lo menos, a mí sí. ¿Cuáles son los secretos? Cito diez a continuación:
- El narrador es omnisciente, en cuanto que sabe lo que piensan y sienten los personajes, pero va adoptando continuamente su perspectiva a través del estilo directo e indirecto libre (para saber más sobre esto, pinchad aquí), lo que va confiriendo a la historia un interesante dinamismo narrativo.
- En general, la historia trata un tema de interés social y periodístico evidente, el tráfico de mujeres y el comercio del sexo, pero los continuos tour de force van propiciando que los acontecimientos afecten la propia historia particular de los personajes, en este caso, de Lisbeth Salander (éste es un acierto absoluto en esta novela).
- “Lenguaje” clásico de novela negra. Periodistas, policías, fiscales, abogados, espías, asesinatos, armas, móvil, acusaciones, conspiraciones… Todo lo que espera un lector de novela negra.
- Sentimientos universales se dan cita: deseo, venganza, amor, odio, remordimiento, ambición…
- Es interesante constatar como a veces el lector sabe menos que los personajes, forzándole a formular hipótesis y teorías, y a veces sabe más, llevándole a momentos de marcada angustia. Larsson maneja este recurso narrativo con maestría, igual que el de la intriga. El desenlace se retarda en ocasiones dando lugar a buenas dosis de suspense; y cuando parece que un misterio se resuelve, otro enigma aparece, hasta que al fin todas las piezas del puzzle encajan.
- Cuatro partes que se estructuran en capítulos, capítulos que se estructuran en secuencias, ni muy largas ni muy breves (notoriamente más breves hacia el final de la novela). Una manera de presentar la acción equilibrada, que busca la variedad de puntos de vista y de escenas narrativas, y evita el cansancio del lector.
- Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander constituyen una pareja explosiva. Se quieren pero se odian, se necesitan el uno al otro pero no acaban de congeniar. Él es un hábil periodista de investigación, tenaz y algo testarudo, atractivo y seductor, un hombre de éxito, un “don perfecto”. Ella es una chica de pinta extravagante, una pirata informática, con un pasado oscuro, rebelde y antisocial, con un extraño sentido de la moral, dotada de una inteligencia extraordinaria. Una pareja magníficamente pensada, pero irónicamente desparejada a lo largo de la novela.
- El espacio es extraordinariamente exacto y detallado. Un lector de Estocolmo disfrutará aún más de una novela de calles y plazas, bares y restaurantes, perfectamente reconocibles, cuya cotidianeidad constituye un claro recurso de verosimilitud narrativa.
- Por fin una novela negra del siglo XXI, cercana al lector y a sus intereses, de modo que van desfilando por las páginas de la novela temas y costumbres sociales que le son familiares (pearcings y pechos de silicona, programas de ordenadores y sistemas de vigilancia, juegos sexuales y muebles de Ikea, los medios de comunicación…).
- Estilo neutro, periodístico, coloquial muchas veces, de descripciones objetivistas… Un estilo personal, “de autor”.
Diez razones por las que considero La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina una novela negra sobresaliente. Vale, no es el libro 10. Digamos "notable" en lugar de sobresaliente. No he perdido cierta conciencia crítica. Por ejemplo, la aparición del boxeador Paolo Roberto de repente en la acción me parece poco fundamentada, como metida a presión… Vale. Recordemos que estamos hablando de un escritor que después de su horas de trabajo se metía a escribir en su despacho horas y horas... No se trata del típico escritor que pule una y otra y otra vez sus borradores. Pero es innegable su prolijidad narrativa. Y quién me quita a mí lo bien que lo he pasado la última semana, quién…Venga, ¿qué mejor plan para estos días soleados/chubascosos de verano que una adictiva lectura? Yo pronto empezaré con La reina en el palacio de las corrientes de aire. Pero me asalta una duda. Quizá cuando lo lea, tendré mono de más. Y jó, no hay más…
"El lector" de Bernard Schlink
Acabé de leer anteayer El lector, de Bernhard Schlink. Hace unos meses despaché bien a gusto otra novela sobre el Holocausto, El niño del pijama de rayas. Me gustó mucho, la verdad. Muy sencillo de leer, suspense bien trabajado, original punto de vista, final sorprendente. He leído muchas críticas negativas sobre el libro de Boyle, quizá algunas abonadas por cierto esnobismo intelectual que impide que un bestseller que le gusta al gran público pueda ser realmente una gran novela. Bueno, pues a mí me gustó, pero reconozco que El niño del pijama de rayas es una historia un poco artificiosa, un juego narrativo al servicio de una idea inicial brillante, un libro que apunta directo a la emotividad del lector.
La obra de Schlink, sin embargo, es la vida hecha ficción. Es un repaso brutal de la conciencia, un análisis de los propios actos, de los propios sentimientos, de las contradicciones más íntimas, de las respuestas individuales y colectivas al drama de los campos de exterminio nazis. Se trata de una novela que apela al intelecto, madura, muy psicológica, con unos personajes redondos, complejos, que llenan por sí solos la historia sin necesidad de multiplicar la acción.
El protagonista, Michael Berg, va presentando los hechos, recordando desde su madurez toda la historia que lo ligó a una subyugante mujer, Hanna Schmidt, una cobradora de tranvía que conoció con quince años, en el Berlín de 1958 [ojito, no sigáis leyendo aquellos que no queréis saber nada del argumento]. Durante los pocos meses que dura la relación sentimental, Michael se deja llevar por una efervescente pasión, por una sumisión absoluta a Hanna, una mujer metódica y dura, fuerte y cortante, pero sensible al mismo tiempo, que se emociona cuando, a petición de ella, él le lee en voz alta un libro en cada uno de sus encuentros, como un ritual. Michael se siente demasiado atrapado a veces, pero es incapaz de desprenderse de la fascinación a la que le somete Hanna.
Un día, Hanna desaparece sin dejar rastro. Años más tarde, en la facultad de Derecho y como práctica para un seminario, Michael asiste a un juicio en el que se juzga a unas guardianas de un campo de concentración. Entre sorprendido y horrorizado, Michael ve en el banquillo de acusadas a Hanna. Durante las sesiones, mientras la terrible historia de la mujer va tomando forma, Michael comprende finalmente que Hanna no sabe leer. El protagonista se debate ahora entre sus sentimientos de condena, su intento de comprensión hacia la persona que quizá no había dejado de amar, de vergüenza por haberla ensalzado, de rencor hacia sí mismo por compadecerla, de culpabilidad por sentirse formar parte de la indolencia y la hipocresía general que había permitido las atrocidades del Reich…
Hanna, que prefiere cargar con más culpa a reconocer el analfabetismo que ha estrangulado su crecimiento como ser humano, es condenada a cadena perpetua; Michael trata de regresar a su vida: se casa, tiene una hija… Pero los pensamientos sobre Hanna lo absorben. Sin atreverse a hacerle una visita a la cárcel, pero tratando de redimirse a sí mismo y a ella, Michael le graba cintas que Hanna escucha y le animan a aprender a leer y escribir. Cuando por fin van a concederle la libertad, Michael va a visitarla con la misma ambigüedad de sentimientos de siempre: por un lado desea encontrarse con ella; por otro lado, se siente aturdido ante el compromiso de facilitarle una segunda oportunidad en forma de un trabajo y un lugar donde vivir. Pero antes de salir libre, Hanna, quizá defraudada al comprobar que nunca nada volverá a ser igual porque nada cambia (“los muertos siguen muertos”), que nunca podrá acabar su condena ni ser declarada absuelta, se suicida. Eso sí, solo después de superar la limitación de su analfabetismo.
Michael, finalmente, se decide a escribir toda la historia, como si esa fuese la única manera de purgar sus culpas, de continuar con su vida, liberado del peso de Hanna.
Ayer vi la película, dirigida por Stephen Daldry y adaptada por David Hare. Es excelente, y la interpretación del trío de actores Winslet-Fiennes-Kross maravillosa. Es verdad que el guion se permite ciertas libertades respecto al original de Schlink: aparecen reflejadas de modo paralelo las reacciones y actitudes de Hanna, que en el libro solo aparecen bajo el prisma de Michael, el responsable de la narración; el director del seminario o la hija aparecen en la película como parciales interlocutores del protagonista, mientras en el libro percibimos más claramente la soledad del protagonista. Pero, en suma, la versión cinematográfica es brillante, más que recomendable. Lo malo es que no sé qué será mejor en este caso, ver primero la peli, o leer primero el libro. Si como dijo Unamuno, los personajes tienen vida propia y los autores no son más que instrumentos para dar a conocer su historia, quizá el libro y la peli, la peli y el libro, no son productos con divergencias, sino productos complementarios para conocer mejor a Michael Berg y Hanna Schmidt.
23 de abril, Día del Libro
En el Baronceli lo hemos aprovechado para realizar una sesión de cuentacuentos en la Biblioteca (aquí está el reportaje de Serafín) y una nueva edición del "amigo invisible", donde cada profe regaló a otro de manera anónima un libro. Si a mí el año pasado me tocó el sublime Los girasoles ciegos (que tengo que comentar en esta sección, por cierto), hoy me ha tocado Ébora, una obra de Xosé Carlos Caneiro, un autor verinense a quien nunca había leído pero que sí conocía personalmente, es decir, justo lo contrario de lo que suele pasar...
Pues nada, que viva el libro y la lectura y la imaginación y el pensamiento crítico y...
PS. Felicidades a Marsé, por cierto. El autor de Si te dicen que caí, Últimas tardes con Teresa o El embrujo de Shangai se lleva el Cervantes de este año. Si os interesa, aquí está su discurso en la recogida del premio.
"El niño con el pijama de rayas", de John Boyne
Acabé ayer de madrugada El niño con el pijama de rayas (si tú no lo has leído, quizás no deberías seguir leyendo este post), y todavía tengo el corazón un poco encogido por el desenlace... Devoré los últimos capítulos con ansiedad, con la sensación de temer un final amargo. Tú sabes interpretar las señales. Tú conoces la Historia, aunque no la hayas protagonizado; Bruno, el protagonista, vive la historia sin ser consciente de ella. Te resistes, esperando un giro tranquilizador de los acontecimientos. Tratas de gritarle, de advertirle, pero está demasiado lejos, es demasiado inocente... No es que sepas el final, es que lo niegas; cierras los ojos, los tapas con las manos, pero sigues devorando las últimas páginas, dejas un resquicio entre los dedos para ver si esta vez el Destino tendrá un gesto favorable.
La clave de este suspense tan particular es que el narrador en tercera persona adopta durante los primeros 19 capítulos el punto de vista de Bruno, el niño de nueve años. Todo el escenario, su historia, las relaciones entre los otros personajes... todo está visto a través de sus ojos. Bruno percibe la realidad fragmentada (por ejemplo, retazos de las conversaciones de los adultos) o la procesa con su mente infantil (convirtiendo, por ejemplo, un uniforme de preso en un pijama de rayas), con lo cual no es verdaderamente consciente de la espantosa realidad. Su ingenuidad lo mantiene a salvo del drama de Auchviz, pero esa misma ingenuidad lo deja totalmente desarmado en el momento más inapropiado...
La obra tiene su propia e interesante simbología. La imagen que queda en nuestra mente es la de los dos niños, Bruno y Shmuel, separados por una alambrada, sentados uno frente al otro, construyendo una sólida amistad con meses y meses de diaria conversación. Pertenecientes a dos mundos diferentes, esa alambrada se convierte progresivamente en una especie de espejo maravilloso: los niños van pareciéndose más el uno al otro -definitivamente parecidos tras el rapado de Bruno-, identificándose progresivamente, hasta ver en el otro un igual. Al quitarse las ropas que los diferenciaban y vestirse el pijama, el niño alemán se hace un igual con el niño judío, constituyendo una hermosa metáfora de la hermandad y la igualdad entre todos los seres humanos. El reflejo de esto es que realmente no sabemos a quién se refiere el título de la obra, El niño con el pijama de rayas, si a Bruno o a Shmuel. Y ahí está el quiz.
Bruno, con un nombre atípico para un alemán que sirve para resaltarlo, no es un personaje trágico -al menos, no en el sentido de las tragedias clásicas-. Es más bien un personaje casi épico, y así lo vemos al final de la obra, con su solidario propósito de encontrar al padre perdido de Schmuel, con su declaración de amistad eterna: Tú eres mi mejor amigo -dijo-. Mi mejor amigo para toda la vida, y con su comportamiento heroico en el definitivo momento: ...logró seguir sujetando la mano de Shmuel, no la habría soltado por nada del mundo. Bruno -como el apóstol Pedro en el episodio de la negación de Cristo- se redime definitivamente del único pecado que lo atormentaba, el haber negado conocer a Shmuel aquel día, ante el teniente Kotler.
Quien sí es un personaje trágico es el Padre. María, la criada, no entiende la transformación del hombre generoso que la acogió en su momento de necesidad. Pero el Padre va siendo seducido por el poder, la propaganda patriótica nazi, el supuesto sentido mesiánico de su labor: Lo que estamos haciendo aquí es corregir la Historia. Sin embargo, en el capítulo 20, lo vemos tambaleándose, golpeado, como Edipo, por la cruel ironía del Destino: Y poco a poco fue atando cabos y notó que las piernas empezaban a fallarle. Al final, relevado de su puesto, a Padre ya no le importaba lo que le hicieran.
En este último capítulo, la perspectiva del narrador cambia. Ya no es el narrador selectivo que toma el punto de vista de Bruno, sino un narrador omnisciente tradicional, para contar, a modo de epílogo, las secuelas de la historia. Y en las últimas líneas observamos un claro ejemplo de autor implícito, es decir, el narrador sirviendo de portavoz de las ideas del autor: Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido. Hoy en día no. Un mensaje con claros tientes irónicos, y que lleva al lector a una reflexión política y moral, más allá de la propia historia de Bruno y Shmuel.
John Boyne, un irlandés que no llega a los 40, ha escrito un librazo, sin duda. Quizá, en mi modesta opinión, tiene una ligera tendencia, en momentos puntuales, a sacrificar -quizá mejor, estirar- la verosimilitud de la narración en beneficio de la creación de elementos simbólicos, como la coincidencia en la fecha de nacimiento de los dos niños, o de elementos "espectaculares", como cuando Bruno conoce al Furias. Pero el escritor logra algo nada fácil: sale indemne del riesgo de inventar una historia contada a través de una mente y perspectiva infantil, y, además, firma una obra tierna y emocionante sin caer en sentimentalismos. Yo la recomiendo.
PS. Yo estuve allí, en Auschwitz-Birkenau, en abril de 2002. Es un lugar espantoso, pero que merece la pena visitar. Las imágenes de la presentación inicial fueron algunas de las fotografías que saqué con mi vieja Nikon analógica...
Iberlibro.com
Mis libreros de AZ me recomendaron esta página web para encontrar libros descatalogados que ya están fuera del círculo comercial. La probé y... ¡bingo! Así que quizás a vosotros también os valga para hallar ese tesoro bibliográfico que estabais persiguiendo...
"El alquimista", de Paulo Coelho
Durante estas Navidades leí El alquimista, de Paulo Coelho. Veinte años después de que el escritor de Río de Janeiro lo publicara, por fin llegó mi momento de leerlo. Y me cautivó. La sencillez infantil de la narración junto a la profundidad de las reflexiones que despierta me recordó enseguida a El Principito, de Saint-Exupéry. Tienen en común la experiencia del viaje de su respectivo protagonista. Pero, mientras la novelita del francés es un ejercicio de análisis, a un nivel más global, de la sociedad, la del brasileño presta más intención al individuo. Por ello El alquimista tiene algo de "libro de autoayuda", en el sentido menos peyorativo del término, porque mueve a la meditación sobre la propia vida, nuestras metas, nuestros sueños...
El alquimista nos muestra la historia de Santiago, un pastor andaluz, que tiene un sueño repetido: encontrará un tesoro en las Pirámides de Egipto, más allá del desierto. Espoleado por las señales, escoge seguir ese sueño, de modo que vende sus ovejas y cruza el Estrecho. El escenario árabe de la narración que se extiende en este momento -Tánger, el desierto del Sáhara (que también es escenario en El Principito)- nos envuelve en el típico ambiente de las narraciones tradicionales árabes. No parece escogido al azar el sentido del itinerario: Santiago va desde la moderna Al-Andalus hasta las Pirámides, construcciones que encarnan la esencia de la espiritualidad antigua. Es como un viaje a las raíces, un regreso al origen. Precisamente, a medida que su mente se abre a lo espiritual, el muchacho aprenderá a hablar el idioma original, el lenguaje de todas las cosas, el Lenguaje del Mundo, metáfora de la verdadera Sabiduría. Así, el viaje en sí mismo forma parte del tesoro, pues los encuentros que tendrá el joven pastor con los diferentes personajes (la gitana, el rey Melquisedec, el vendedor de cristales, el viajero inglés, el alquimista, el camellero...) irán enseñándole y acercándole a su meta. Como en todo viaje, aparecen obstáculos, pero su presencia y superación forman parte de la experiencia.
Estamos, en fin, ante una gran parábola (y una "metanarración", porque contiene otras parábolas y relatos secundarios) que invita al lector a reflexionar en qué medida tiene y busca sus propios sueños, y está realizando su Leyenda Personal, es decir, el destino para el que ha nacido, el tesoro de cada cual debe encontrar. Renunciar a la Leyenda Personal implica instalarse en la mediocridad. Lo opuesto es tener una fe inquebrantable en uno mismo, vencer los obstáculos -incluso la incomprensión de otros- con la consoladora idea de que...
En fin, es El alquimista una obra más que recomendable, amena, de las que pueden leerse de un tirón. Ni el lenguaje proverbial ni las metáforas suponen ningún problema para entenderla; la sintaxis es sencilla, y la estructura (lineal), dispuesta en breves episodios, facilita la lectura. La novela de Coelho tiene además un punto de refrescante espiritualidad, metidos como estamos tantas veces en este materialismo puro y duro de estos tiempos. Y hace pensar, que no es poco. Y si no apetece pensar, a quién no le gustan las exóticas historias de tesoros lejanos, con romance incluido...
Un libro de regalo de navidad...
Si hacemos ricos a alguien durante la campaña consumista de estas navidades, al menos que sea a la industria del libro.
FELIZ NAVIDAD
"Onde hai unha biblioteca hai unha luz", por Agustín Fernández Paz
Este artículo fue publicado por Serafín en el Blog de la Biblioteca del Baronceli, con motivo del Día de la Biblioteca (24 de octubre). Lo reproduzco íntegro.
ABRE AS PORTAS e entra. Entra neste espazo que agarda por ti, neste ámbito onde cada palabra é un don que recibimos como agasallo. Percorre todos os recantos desta casa da liberdade, respira este aire que non sabe de fronteiras, déixate levar polo río de recendos que anuncia os tesouros da biblioteca.
Estamos nun lugar especial, sería imposible confundilo. Desde o ceo debe de verse como un punto de luz brillando coa intensidade maior, como un aleph que contén a memoria e os soños da humanidade. Unha luz, si. Unha luz que escintila coma un faro entre as tebras, co rítmico latexar dun corazón inmenso que expande ondas de liberdade e de esperanza polo territorio que a circunda.
Quizais poderiamos seguir vivindo se nos faltase este aire que fai vibrar todas as células do noso corpo, se cadra as persoas continuariamos coa nosa existencia rutineira se non existise a biblioteca, mais algún lugar decisivo ficaría baleiro no noso corazón.
Faltaríanos a enerxía que nos fai desexar unha vida mellor, unha cidadanía máis libre, unha sociedade máis xusta. Doeríanos non escoitar a voz das persoas que sufriron a historia e a das que a sofren agora mesmo; sería insoportable oír só as palabras dos que tentan dirixir e controlar as nosas vidas.
Para que isto non suceda, abre as portas e entra. Ábreas sempre, todas as portas, pois cada vez que o fas incorpóraste ao río subterráneo que alimenta a biblioteca, ao torrente de liberdade que a fai vivir e lle dá azos renovados.
ABRE OS LIBROS e mergúllate na auga da vida que abrolla irreprimible desde as súas páxinas. Déixate arrastrar pola fervenza de voces, de linguas, de recendos, de paisaxes. Non esquezas nunca o abraio que experimentamos nos anos da infancia, cando se nos revela a dimensión máxica que teñen as palabras e descubrimos que as páxinas dos libros poden conter o mundo enteiro.
Como as labregas que se afanan na rebusca de espigas entre os regos despois da ceifa, tamén os escritores recollen as palabras unha a unha e elaboran con elas o humilde pan dos seus textos. Deste xeito fan que cheguen ata nós, sempre novas e sempre sorprendentes, pois os libros posúen a insólita capacidade de revivir e reinventarse en cada nova lectura.
Todas as persoas necesitamos as historias, os soños, as palabras, talvez sexa unha característica inscrita no ADN da humanidade. Necesitámolas coma o comer, como beber auga, xaora que si. Para entendermos o mundo e para entendernos a nós mesmos, para soñar outros destinos, para loar os dons que a vida nos dá. Sabemos que non poderiamos vivir sen o alento da imaxinación e da creatividade, sen as palabras que expresan a variedade e a beleza dos nosos desexos e dos nosos sentimentos.
Por todo iso, abramos os libros. Eles conteñen os soños, as paixóns, os medos, os amores, as risas. Nas súas paxinas habita a inmensa variedade de sentimentos e experiencias da humanidade, das persoas que viven agora en calquera lugar do mundo e das que desapareceron hai moitos anos. Os libros: ríos de palabras que se nos ofrecen con xenerosidade para axudarnos a aprender o oficio de vivir, para cambiarnos a vida e implicármonos na transformación do mundo.
ONDE HAI UNHA BIBLIOTECA HAI UNHA LUZ que traspasa todos os muros, unha luz que se fai máis intensa cando medran as persoas que a incorporan ás súas vidas. As mesmas persoas que logo, ao saíren por rúas e prazas, levarán canda elas o reflexo desa luz, a semente dese mundo novo que algún día faremos agromar. Un mundo máis solidario, máis plural, máis culto, máis xusto. Un mundo onde non se escoite a voz adormecedora dos poderosos, senón as palabras múltiples e diversas de todas as persoas que habitamos esta casa común que é o noso planeta.
Clásicos adaptados, sí, pero con sentidiño...
Foto de Javier Volcán, en www.flickr.com.
Reconozco que siempre me había parecido una buena idea poner al alcance de nuestros alumnos y, en general, de los más pequeños, los grandes clásicos universales de la literatura. Una buena manera de poner al alcance de su mano los grandes personajes y las grandes historias, a las que, por edad y capacidad lectora, no están en condiciones de acercarse. Yo mismo recuerdo que el primer Quijote que mi padre puso en mis manos era una deliciosa versión en cómic que releí en varias ocasiones. Recuerdo también con claridad la colorida portada de Moby Dick, que me enseñó qué era de verdad la Obsesión con mayúsculas. Me cuesta más decir si una vieja colección de libros de tomos amarillentos con una ilustración cada cuatro páginas eran también clásicos adaptados. Ahí conocí las necesidades del Lazarillo y la psicosis del Licenciado Vidriera, ahí celebré las gamberradas de Tom Sawyer... (diablos, ¿dónde estarán esos libros?). Quizá estos primeros pasos en la literatura clásica fueron los que me guiaron hacia adelante: creo que no tendría más de 15 años cuando me ventilé la versión "sin cortes" de El conde de Montecristo o El nombre de la rosa. Incluso Los hermanos Karamazov (ésta me costó más...).
Una breve encuesta a mis grupos de ESO me revela que han perdido de vista a los grandes personajes de la ficción literaria; de hecho, no tienen ni idea de quiénes son la mayor parte de estos grandes héroes que han cautivado a tantas generaciones de lectores. ¿Por qué no somos capaces de guiar la curiosidad natural del niño hacia esas grandes historias, esos ejemplos de comportamiento humano? En casa no es que ya entren pocos libros, y ni siquiera el periódico, que se lee (si se lee) en el bar o en Internet, sino que incluso se ha arrinconado a Caperucita. Es más cómodo poner un DVD de Pocoyó que leerles un cuento antes de acostarse. En clase los profesores de lengua sometemos a la dictadura de la gramática nuestras clases. Y en la calle... la escala del éxito se mide por cuestiones ajenas al mundo de la palabra escrita. Victoria Beckam o Melendi (este medio en broma, medio en serio; la otra en serio, en serio) reconocieron sin rubor que no habían leído un libro en su vida...
En fin, que tenía más o menos claro que las adaptaciones tienen un papel importante en la adquisición del hábito lector. Pero las matizaciones de una "Carta al director" en El País, con el título "Esto no es literatura", a colación de su coleccionable "Mis primeros clásicos", me han hecho pensar que, efectivamente, no se les puede tomar el pelo a los niños, que las adaptaciones no deben hacerse siempre y de cualquier manera. Os la leo y con ella me despido por hoy...
Promocionar la lectura entre el público infantil da prestigio. Acercar hasta los niños obras literarias que no les corresponde leer por edad, parece que también. No importa si en el camino se pierde lo esencial de la literatura, que no es la peripecia, sino, la palabra literaria, no “el qué” se cuenta, sino “el cómo”, que resulta ser el meollo de la literatura.
Por el mismo precio de la simplificación literaria obtenemos también una aberración en la ilustración. Si parece imprescindible que para que un libro infantil sea tal debe llevar dibujitos, ahí van, acompañando al resumen. Sin ningún fin estético, sin ningún afán de belleza, se entrega a los niños un conjunto de ilustraciones estereotipadas, tópicas y casposas; pero, eso sí, en un formato de libro y bajo el epígrafe de “mis primeros clásicos” que resulta incuestionable.
No es ésta la lectura que deseamos para los más pequeños. No vale ofrecer cualquier cosa por el mero hecho de tener un precio bajo, venderse en quioscos e ir dirigido a los niños. Hay en las librerías, que es el lugar natural donde adquirir los libros, obras de autores españoles y extranjeros escritas para niños, de una calidad literaria objetiva. Existen magníficos ilustradores que ofrecen en sus libros propuestas plásticas que permiten a los niños entrar en contacto con el arte y la creación estética, y no con la simplificación de los contenidos, que aquí se nos propone, que raya lo indigno.
Un periódico como El País no debe difundir, en nuestra opinión, esta seudoliteratura bajo el objetivo de acercar la gran literatura adulta a los niños. No vale el envoltorio para que el texto y la ilustración estén en condiciones de formar parte de sus estanterías. Precisamente porque serán sus primeros libros, precisamente porque estamos educando futuros ciudadanos lectores no se les puede engañar y ofrecer este producto carente de lo que constituye la esencia de las obras de arte: la búsqueda de un lenguaje estético y un afán por comunicar emoción y verdad.
"Librosclásicos", una web deliciosamente útil
Os recomiendo vivamente a profes y alumnos trabajar con esta página, Librosclásicos, donde podréis (re)descubrir a los autores y obras clásicas de siempre, a través de la lectura del primer capítulo y de la realización de añgunos ejercicios en el ordenador (así matamos dos pájaros de un tiro, afianzamos competencia lectora y competencia digital...).
Instrucciones para enseñar a un niño a leer
Leyendo con las manos. Foto de Inmagen, en www.flickr.com
Os transcribo este ma-ra-vi-llo-so artículo de Gustavo Martín Garzo, publicado en ABC Cultural, en Mayo de 2003. Dedicado a mi curmán Gerson, y a su hija, mi preciosa sobrinita Esther.
Conviene empezar cuanto antes, a ser posible en la habitación misma de la clínica de la maternidad, ya que es aconsejable que el futuro lector esté desde que nace rodeado de palabras. No importa que, en esos primeros momentos, no las pueda entender, con tal de que formen parte de ese mundo de onomatopeyas, exclamaciones y susurros que le une a su madre y que tiene que ver con la dicha. Poco a poco irá descubriendo que las palabras, como el canto de los pájaros o las llamadas del celo de los animales, no son sólo manifestación de existencia sino que nos permiten relacionarnos con lo ausente. Así muy pronto, si su madre no está a su lado echará mano de ellas para recuperarla en su pensamiento, o si vive en un pueblo rodeado de montañas les pedirá que le digan cómo es el mundo que le aguarda más allá de esas montañas y del que no sabe nada.
Por eso los adultos deben contarle cuentos y, sobre todo, leérselos. Es importante que el fututo lector aprenda a relacionar desde el principio el mundo de la oralidad y el de la escritura. Que descubra que la escritura es la memoria de las palabras, y que los libros son algo así como esas despensas donde se guarda todo cuanto de gustoso e indefinible hay a nuestro alrededor, ese lugar donde uno puede acudir por las noches, mientras todos duermen, a tomar lo que necesita. A estas alturas habrá hecho un descubrimiento esencial, que existen palabras del día y palabras de la noche. Las palabras del día tienen que ver con lo que somos, con nuestra razón, nuestras obligaciones y nuestra respetabilidad; las de la noche con la intimidad, con el mundo de nuestros deseos y nuestros sueños. Y ése es un mundo que necesariamente se relaciona con el secreto. Por eso, el adulto no debe hablar demasiado al niño de los libros, ni abrumarle con consejos acerca de lo importante que es leer, porque entonces éste desconfiará. La madre que guarda en la despensa los dulces que acaba de preparar, no lo proclama a los cuatro vientos, y así los vuelve más codiciables. Las palabras de la literatura tienen que ver con ese silencio, con lo que se guarda y tal vez hay que robar, nunca con lo que nos ofrecen a gritos, y mucho menos a la luz del día, donde todos pueden vernos. El futuro lector, en suma, debe ver libros a su alrededor, saber que están ahí y que puede leerlos, pero nunca sentir que es eso lo que todos esperan que haga. Sería aconsejable, si me apuran, que los padres no los tuvieran demasiado a la vista, sino que los guardaran dentro de grandes armarios, que a ser posible mantendrían cerrados con llave. Aunque de vez en cuando se olvidarían esa llave, o de cerrar esos armarios, dándole al niño la opción de llevarse los libros cuando nadie les viera. Pero lo más importante es que el niño vea a sus padres leer. Discretamente, sin ostentación, pero de una forma arrebatada y absurda. El rubor en las mejillas de una madre joven, mientras permanece absorta en el libro que tiene delante, es la mejor iniciación que ésta puede ofrecer a su niño al mundo de la lectura.