"El lector" de Bernard Schlink
Acabé de leer anteayer El lector, de Bernhard Schlink. Hace unos meses despaché bien a gusto otra novela sobre el Holocausto, El niño del pijama de rayas. Me gustó mucho, la verdad. Muy sencillo de leer, suspense bien trabajado, original punto de vista, final sorprendente. He leído muchas críticas negativas sobre el libro de Boyle, quizá algunas abonadas por cierto esnobismo intelectual que impide que un bestseller que le gusta al gran público pueda ser realmente una gran novela. Bueno, pues a mí me gustó, pero reconozco que El niño del pijama de rayas es una historia un poco artificiosa, un juego narrativo al servicio de una idea inicial brillante, un libro que apunta directo a la emotividad del lector.
La obra de Schlink, sin embargo, es la vida hecha ficción. Es un repaso brutal de la conciencia, un análisis de los propios actos, de los propios sentimientos, de las contradicciones más íntimas, de las respuestas individuales y colectivas al drama de los campos de exterminio nazis. Se trata de una novela que apela al intelecto, madura, muy psicológica, con unos personajes redondos, complejos, que llenan por sí solos la historia sin necesidad de multiplicar la acción.
El protagonista, Michael Berg, va presentando los hechos, recordando desde su madurez toda la historia que lo ligó a una subyugante mujer, Hanna Schmidt, una cobradora de tranvía que conoció con quince años, en el Berlín de 1958 [ojito, no sigáis leyendo aquellos que no queréis saber nada del argumento]. Durante los pocos meses que dura la relación sentimental, Michael se deja llevar por una efervescente pasión, por una sumisión absoluta a Hanna, una mujer metódica y dura, fuerte y cortante, pero sensible al mismo tiempo, que se emociona cuando, a petición de ella, él le lee en voz alta un libro en cada uno de sus encuentros, como un ritual. Michael se siente demasiado atrapado a veces, pero es incapaz de desprenderse de la fascinación a la que le somete Hanna.
Un día, Hanna desaparece sin dejar rastro. Años más tarde, en la facultad de Derecho y como práctica para un seminario, Michael asiste a un juicio en el que se juzga a unas guardianas de un campo de concentración. Entre sorprendido y horrorizado, Michael ve en el banquillo de acusadas a Hanna. Durante las sesiones, mientras la terrible historia de la mujer va tomando forma, Michael comprende finalmente que Hanna no sabe leer. El protagonista se debate ahora entre sus sentimientos de condena, su intento de comprensión hacia la persona que quizá no había dejado de amar, de vergüenza por haberla ensalzado, de rencor hacia sí mismo por compadecerla, de culpabilidad por sentirse formar parte de la indolencia y la hipocresía general que había permitido las atrocidades del Reich…
Hanna, que prefiere cargar con más culpa a reconocer el analfabetismo que ha estrangulado su crecimiento como ser humano, es condenada a cadena perpetua; Michael trata de regresar a su vida: se casa, tiene una hija… Pero los pensamientos sobre Hanna lo absorben. Sin atreverse a hacerle una visita a la cárcel, pero tratando de redimirse a sí mismo y a ella, Michael le graba cintas que Hanna escucha y le animan a aprender a leer y escribir. Cuando por fin van a concederle la libertad, Michael va a visitarla con la misma ambigüedad de sentimientos de siempre: por un lado desea encontrarse con ella; por otro lado, se siente aturdido ante el compromiso de facilitarle una segunda oportunidad en forma de un trabajo y un lugar donde vivir. Pero antes de salir libre, Hanna, quizá defraudada al comprobar que nunca nada volverá a ser igual porque nada cambia (“los muertos siguen muertos”), que nunca podrá acabar su condena ni ser declarada absuelta, se suicida. Eso sí, solo después de superar la limitación de su analfabetismo.
Michael, finalmente, se decide a escribir toda la historia, como si esa fuese la única manera de purgar sus culpas, de continuar con su vida, liberado del peso de Hanna.
Ayer vi la película, dirigida por Stephen Daldry y adaptada por David Hare. Es excelente, y la interpretación del trío de actores Winslet-Fiennes-Kross maravillosa. Es verdad que el guion se permite ciertas libertades respecto al original de Schlink: aparecen reflejadas de modo paralelo las reacciones y actitudes de Hanna, que en el libro solo aparecen bajo el prisma de Michael, el responsable de la narración; el director del seminario o la hija aparecen en la película como parciales interlocutores del protagonista, mientras en el libro percibimos más claramente la soledad del protagonista. Pero, en suma, la versión cinematográfica es brillante, más que recomendable. Lo malo es que no sé qué será mejor en este caso, ver primero la peli, o leer primero el libro. Si como dijo Unamuno, los personajes tienen vida propia y los autores no son más que instrumentos para dar a conocer su historia, quizá el libro y la peli, la peli y el libro, no son productos con divergencias, sino productos complementarios para conocer mejor a Michael Berg y Hanna Schmidt.
2 comentarios
profedelengua -
Serafín -
Boas vacacións.