Profesores, autoridad pública
Es la medida que ha tomado la Comunidad de Madrid, siguiendo el camino de las de Valencia y de Cataluña (en este caso, solo los directores): los profesores serán reconocidos como autoridad pública, igual que jueces, policías, médicos o pilotos de naves y aeronaves. Esto implica dos cosas principalmente. Primero, la agresión a un profesor estará tipificada como agresión a una autoridad pública en el Código Penal, y puede conllevar penas de prisión; incluso la Fiscalía puede actuar de oficio. Segundo, como autoridad pública se les presume a los profesores veracidad, es decir, su palabra vale más que la de otro ciudadano.
Una feliz noticia en este inicio de curso, este apoyo claro de las instituciones para que los profesores puedan ganar la autoridad perdida. Y es que algunas aulas son auténticas selvas donde impera la ley del "sálvese quien pueda". No son casos mayoritarios, me parece (todo lo magnifican los medios de comunicación), pero evidentemente existen y es enormemente complicado trabajar en contextos donde no hay un elemental respeto y civismo. Es cierto que los profesores tenemos nuestra parte de responsabilidad cuando no sabemos imponernos, y debemos preguntarnos en qué fallamos y en qué podemos mejorar. Los alumnos suelen estar atentos para probar nuestra paciencia y nuestros límites, así que habrá que estar preparados para ponernos serios cuando haya que hacerlo, sin dejar de tener una actitud amistosa y dialogante el resto del tiempo.
Pues enhorabuena a los profesores madrileños, siempre que la elevación del rango no signifique un regreso al autoritarismo que sufrieron nuestros abuelos...
PS. Sobre este mismo tema se han vertido muchas opiniones estos días; el artículo de César Casal que publica La Voz de Galicia el sábado 19 de septiembre habla de la otra "pata de la silla", la responsabilidad de los padres:
[...] no tengo la misma esperanza que Aguirre en que una solución sea convertir a los profesores en agentes de autoridad.A los críos hay que controlarlos en casa. Lo que pasa es que no lo hacemos. Los hábitos han cambiado. No les vemos el pelo. La mayoría comen fuera y quienes los educan, casi en exclusiva, son los profesores y, ojo, sus propios compañeros. A esas edades imitan lo que hace el grupo, la pandilla. Aguirre propone que, definitivamente, les pasamos toda la responsabilidad de cómo salgan nuestros hijos a los profesores, que bastante tienen. Nos lavamos las manos y, si salen rebeldes, la culpa es del colegio. No es así. Ser padres es algo más que pagar las facturas. Es una responsabilidad enorme de la que no se puede escabullir uno. En muchos colegios ya hay mecanismos precisos que avisan a las familias cuando las cosas van mal. Pero los profesores no son los que dejan que un menor baje a un botellón a beber litros de alcohol hasta las tantas, sin horario de vuelta a casa. La comodidad de los padres de decir siempre que sí se paga de forma muy amarga.
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