Padres imperfectos
Muchos padres de niños en edad escolar se sentirían ofendidos si alguien dudase por un instante de su interés en la educación de sus hijos, si alguien les espetase que no son tan buenos padres como creen ser o haber sido. Les han dado las cosas materiales que les eran necesarias, se han interesado por sus deberes y analizado con lupa sus boletines de notas, les han dado cada día un beso de buenas noches, les han puesto una hora de llegada razonable para la noche del sábado, les han hablado de drogas, de sexo, de los males de internet. Sin embargo, hay que reconocer que un número no tan inmenso de padres son capaces de sacar tiempo de sus apretadas agendas, de hacer sacrificios económicos incluso, para pasar tiempo con ellos. Son esos padres que no dan demasiadas charlas, que no han asistido a ningún curso de pedagogía, pero han sido para sus hijos ejemplo de firmeza moral, un mástil al que sujetarse en los días de temporal. Les han subido a sus rodillas para contarles alguna historia, han construido juntos castillos de arena en la playa, les han dicho que no a ese caprichillo volátil -"y no es no"-, les han dado en alguna ocasión un merecido coscorrón, les han cantado "culito de rana, si no sanas hoy..." tras una buena caída, les han enseñado a decir "gracias" y a dejar el asiento en el autobús a las personas mayores, les han obligado a apagar la tele para sentarse a la mesa "y cómetelo todo"... No son perfectos, no tienen recetas mágicas, pero no se han conformado con gestos artificiales de progenitores de manual: sus hijos, que a veces también fueron rebeldes, desobedientes, fueron para ellos una misión trascendental, un regalo de Dios, y por eso incluso en los malos momentos nunca perdieron la fe, y permaneció sobre todas las cosas el amor y el respeto. Mis padres fueron de estos padres imperfectos, y a ellos va dedicado este artículo de hoy. Un beso, papá y mamá.
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