Don Delmiro
Iglesia evangélica de Calvos de Bande (Ourense), local de culto en el que don Delmiro se reunió durante décadas (imagen de Google Maps).
Delmiro -don Delmiro- era todo corazón, un hombre bondadoso como no he conocido. Su garganta despedía una voz de timbre delicado, que poco tenía que ver con sus manos callosas, sus ropas humildes, sus costumbres espartanas. Pastoreaba cabras, un centenar al menos, y aún recuerdo con cariño aquel día de verano en que, siendo yo un muchachito, le acompañé por los montes en una de sus largas jornadas trashumantes. Persona de paz y de fe, evangélico en tiempos de nacional y rígido catolicismo, también fue, hace décadas, durante décadas, colportor, de los de la vieja escuela, hombres que desgastaron su calzado enseñando y vendiendo Biblias por pueblos y aldeas remotas. Como colportor y como cabrero, cayado en mano, don Delmiro recorrió las tierras ásperas y onduladas del sudoeste ourensano, cientos de caminos, miles de kilómetros. Andando. Pero nunca llegaba tarde. Y eso que no tenía reloj. Murió la semana pasada con 103 años, sin apenas arrugas en su amable rostro. Su eterna boina, su chaleco, sus botas… se apolillarán ahora en un cajón. Pero su caminante espíritu -aleluya- vive para siempre.
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