Italia, de Venecia a Roma
La primera vez que pisé Italia fue un poco de casualidad. Tras visitar Berlín y Munich, un incómodo tren nocturno me dejó en la mastodóntica stazione centrale de Milán, una ciudad que me pareció enorme y poco acogedora. Sola la soberbia catedral -Duomo- ponía una nota de profunda belleza. Y después, aeropuerto y avión de regreso a España. Pero Milán no era desde luego la imagen de la Italia más imprescindible. Por ello, aprovechando los días del Entroido de 2008, mi mujer y yo nos fuimos a Italia para recorrer su mitad norte: desde el Véneto hasta el Lazio, de Venecia a Roma. Aquí está el reportaje fotográfico íntegro: Venecia-Ferrara-Bolonia-Florencia por un lado, y San Gimignano-Volterra-Siena-Roma por otro lado. Y éste es el relato de este viaje.
DÍA 1: Tras un viaje casi digno del mismísimo Ulises, por fin tomamos tierra en el aeropuerto Marco Polo. Hemos dormido en una sala de embarque del Prat y hemos sobrevolado dubitativamente el Véneto una y otra vez a causa de la niebla. La niebla inunda la Laguna, y envuelve de una manera mágica la ciudad, que comenzamos a vislumbrar desde el vaporetto. Finalmente llegamos; nuestro alojamiento está en un callejón, apenas a unos cien metros de la Piazza San Marco. La Piazza es bellísima, casi irreal. Nos asombra Il Duomo bizantino, el Palazzo Ducale gótico. Todo está invadido por las palomas y por personajes ataviados con fascinantes trajes de época, ocultos sus rostros con maravillosas máscaras. Es que es carnaval, no, Carnavale. Bienvenidos a Venecia.
Recorremos el sestriere de San Marco. Los primeros spaguetti. Los caramelitos de cristal de Murano. Las primeras góndolas. El paisaje de los canales nos embriaga. Todos los tópicos de Venecia se nos han aparecido ya; pero nada nos decepciona: es una ciudad preciosa. El bellísimo puente de Rialto pone un poco de concierto en el remolino de canales y callejuelas: es el punto de referencia de la ciudad. La tentación de tomarse un capuccino a sus pies es demasiado grande. El precio es caro, pero el espectáculo grandioso del Gran Canal lo compensa. Los vaporettos avanzan pesadamente mientras, más ligeros, pero con enérgicos golpes de remo, los gondolieri deslizan sus elegantes embarcaciones.
De regreso a San Marco, y tras presenciar los carnavalescos juegos de luces proyectados sobre el Campanile, vamos a descansar un rato. "Solo una pequeña siestecilla", decimos, ya que apenas son las siete de la tarde. Nos despertamos a las ocho de la mañana del día siguiente...
DÍA 2: Sin remordimientos, reiniciamos nuestra andadura por la ciudad de los canales. Cae una fina lluvia. Las estrechas calles principales enseguida se llenan de paseantes, pero basta una finta inesperada a la multitud para encontrarte solo en un callejón asomado a un delgado canal. Es entonces cuando percibes más precisamente la magia del agua meciendo los vetustos edificios.
Cruzamos el Puente de l’Accademia. En la bruma aparece la silueta de Santa Maria della Salute.
Mientras recorremos los rincones del Dorsoduro, algunos gondolieri nos invitan a subir a sus barcas haciendo aspavientos con su sombrero de paja.
También nos topamos con un barco-basura; en Venecia todo es inesperado. Subimos hacia Campo San Polo para cruzar Rialto una vez más.
Ya llega el momento de irse. Nos espera un coche de alquiler, en Piazzale Roma. Tomamos un vaporetto desde San Marco: es como mejor se ven los magníficos palazzos renacentistas que asoman a sus orillas. Un bocata rápido. Ciao, Venezia.
Nos ponemos en carretera. Pasamos de largo Padova y nos detenemos en Ferrara. Reciente en nuestra retina el escenario veneciano, la villa de los Este palidece un poco, aunque son magníficos sus palazzos y su enorme fortaleza.
La autopista A-13 nos conduce a Bolonia. Es el crepúsculo. La estatua de Neptuno preside la notte bolognesa. El paseo nocturno por la ciudad vieja es tan excitante como inesperadas las sensaciones que nos despierta.
DÍA 3: Es la mañana del tercer día cuando llegamos a Florencia. Igual que la resurrección de Cristo. De algún modo, nosotros también resucitamos: la serena y armoniosa belleza de la ciudad del Renacimiento por antonomasia nos hechiza. Santa Croce como aperitivo, con su piazza rectangular, su iglesia, sus edificios de graciosos arbotantes.
Luego, el Palazzo Vechio y sus frescos y las redondas estatuas que salpican su entorno, y, después el mítico Ponte Vechio, con sus graciosas casitas de colores -ostentosas joyerías- asomándose al río Arno, desafiando la ley de la gravedad.
En una escondida trattoria nos zampamos unas pizzas gloriosas. Y al fin, nos quedamos sin palabras: il duomo, pedrería de mármol turquesa y rosa, cien mil escaleras, la cúpula de Brunelleschi, el síndrome de Stendhal. No entiendes cómo has podido vivir hasta ahora sin verlo...
El día se consume, por la noche regresamos al centro storico para ver si todo seguía en su sitio, si no había sido todo un dulce sueño...
DÍA 4: Cambiamos los sólidos muros florentinos por el aire fresco de la ondulada campiña toscana. A mi compañera le decepcionan un poco los apagados colores de febrero, comparados con el resplandor primaveral de una película holliwoodiense. Pero la Toscana es en cualquier época del año es digna de admiración, el bucólico locus amoenus de los poetas renacentistas italianos.
La carretera atraviesa onduladas colinas, salpicadas de bucólicas villas punteadas de cipreses. San Gimignano es nuestra primera parada, un increíble pueblo medieval con una decena de torres apuntando al cielo.
Volterra parece una Florencia en miniatura, con su Duomo, su baptisterio, su palazzo municipal, en el centro de una red de callejuelas. Comemos unos riquísimos spaguetti antes de pasar bajo la puerta etrusca, un arco impresionante que data de épocas remotas; lo tocamos con reverencia antes de continuar viaje hacia Siena.
Llegamos a Siena al atardecer. La otra joya de la Toscana, fundada por los hijos de Remo, parece empequeñecida por Florencia, pero nos parece una ciudad más viva, más completa. Su Duomo, por ejemplo, poco tiene que envidiar al florentino...
Y la plaza de Il Campo, en forma de abanico, es ciertamente espectacular. Nos tomamos un expresso mientras la luz del crepúsculo tiñe la ciudad de un azul melancólico...
Nos retiramos en un fantástico hotel, a las afueras de Siena. Un relajante bañito en la piscina es la guinda a un día precioso.
DÍA 5. Desde la autopista vemos los paisajes de Toscana, de Umbría, y finalmente, de Lazio. La ciudad eterna nos espera, la última etapa de nuestro viaje. El día es azulísimo. Nos recibe la chica nórdica que nos alquila su apartamento de la Via dei Capuccini. Empezamos nuestra visita por la Piazza Spagna, cuyas escaleras acogen decenas de pintorescos personajes. Luego descendemos por Vía Frattina hasta Vía del Corso, la arteria principal de la Roma vieja, llena de vetustos y encantadores edificios. Las motos inundan la calzada.
Tras el mastodóntico monumento a Garibaldi, en Piazza Venezia, por fin nos encontramos con los vestigios de la época clásica. Primero, con el Foro Trajano, y luego, al final de la Via del Fori Imperiali, con el Coliseo, una maravilla de la antigüedad. Nos despierta el Coliseo sensaciones opuestas: cada piedra y cada columna que desafía el paso del tiempo nos causa asombro, pero la imaginación de los horrores que allí se presenciaron nos causa pesadumbre.
Desandamos camino, y las piernas ya flaquean. Hacia el oeste de la ciudad, la Piazza Navona es el oasis en el que descansar. Contemplar, mientras anochece, a los músicos ambulantes, a los pintores, a los paseantes, desde la mesita de un café es toda una experiencia.
A poca distancia, llegamos hasta el río Tíber; las luces de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, brillan al fondo.
De regreso a nuestro apartamento, todavía pasamos por dos encantadoras piazzas, entre la maraña de callejuelas del casco viejo: la piazza de Rotonda, con el Panteón, y la maravillosa Fontana de Trevi, que de noche parece salida de un cuento de hadas. De espalda, lanzamos una moneda a la fuente. Le compramos a un vendedor ambulante un minitrípode...
Hacemos unas últimas y necesarias compras en un súper. Audrey Hepburn se nos aparece; no es un fantasma, es un enorme póster de Vacaciones en Roma...
DÍA 6. Vistos los principales sitios de interés, vagabundeamos por aquí y allá. Vemos el Palazzo de la Republica, pero decididamente, nos gusta más el puzzle barroco del centro de la ciudad. Una tienda de Pinoccio, viejos carteles publicitarios de Vespa, la casa de Ariosto... Nos despedimos; la eternidad de Roma quizá todavía nos llame en otra próxima ocasión...
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