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ISRAelPROFEDELENGUA

Viajes y escapadas

Viseu

Nos trajo aquí la casualidad, pero nos enganchó Viseu con su Sé, imponente por fuera, sublime por dentro, y con su entramado de estrechas callejuelas, sus cuestas adoquinadas, sus fachadas decadentes, sus escaparates demodés... Más imágenes de la visita en http://www.flickr.com/photos/26644090@N06/sets/72157623653690869/show/.

Cataluña y Occitania (mar y montaña)

DÍA 0. Madrid, como siempre, tan familiar y tan ajeno al mismo tiempo, nos recibe, antesala de nuestro viaje. Sara nos acoge por una noche, y con ella hablamos de mil y un temas pendientes.

DÍA 1. Desde el cielo ya distinguimos elegantes masías entre fracciones de prados. Estamos en el extremo oriental de Iberia. Apenas unos kilómetros con nuestro simpático Fiat Panda, y enseguida nos topamos con la infinita masa azul, al norte de Cap Roig. Calella de Palafrugell es un pintoresco conjunto de casitas blancas, en una minúscula bahía. Así debían de ser antiguamente la mayoría de los pueblecitos de la Costa Brava, antes del urbanismo feroz que cambió su apariencia para siempre. Algunas barcas se esconden tras puertas de vivos colores; otras se amontonan en la playa, a los pies de unas graciosas arcadas. Bajo esas voltes, nos imaginamos a antiguas pescantinas vendiendo la mercancía recién apresada; no perdemos la oportunidad de degustar unos erizos frescos: tienen un profundo sabor a mar.

Un poco más al norte nos detenemos en Llafranc (parada para comer), un poco más al norte en Tamariu. Decidimos dar un paseo por Aigua Xelida. Una semiderruida ruta pedestre serpentea por una costa que sí que parece "Brava": acantilados bermejos, afilados, de formas caprichosas, que esconden solitarias calas de grava; pinos que estiran sus ramas tratando de tocar el mar, como sirenas verdes fotografiadas justo antes de la salida de una carrera de natación. Alguna mansión de lujo se disimula entre la foresta.

Pals, unos kilómetros hacia el interior, contrasta con lo visto hasta ahora: es un pueblo de casas de piedra, antiquísimas -sobre un dintel, una fecha, 1629- protegidas por una pequeña muralla. Está muy bien restaurado y es una gozada perderse (literalmente) por su entramado de callejuelas.

Anochece mientras llegamos a Cadaqués. La carretera cruza un paraje desolado, y la oscuridad aumenta la sensación de llegar a un lugar inhóspito, perdido de la mano de Dios, tocado nada más que por la durísima Tramontana.

DÍA 3 Sin embargo, a la luz del día, vemos Cadaqués como lo que es: un homogéneo conjunto de casitas que van cayendo unas sobre otras, como un dominó, hasta deshacer su blancura en el mar. La presencia de Dalí se pasea, como un fantasma, por las calles, por los muelles.

Nos perdemos por las callejuelas; el casco antiguo es encantador. Nos tomamos unos deliciosos bunyols antes de partir a conocer la casa de Dalí en Port Lligat, y asomarnos al balcón del Cap Creus.

Allí la Tramontana sopla endemoniada, es imposible permanecer en pie. De hecho, nada parece permanecer en pie salvo el faro.

A la altura de El Port de la Selva está el desvío hacia el monasterio de Sant Pere de Rodes, un benedictino nido de águilas de estilo románico.

Un poco más allá, la frontera con Francia. El Rosellón se nos abre entre la costa rocosa y suaves lomas sembradas de viñedos. Collioure es un pueblo de graciosa armonía, apoyadas sus casas de color pastel entre el Château Royal y la iglesia-fortaleza de Nôtre-Dâme des Anges. Esconde Collioure un resquicio para la nostalgia y el homenaje: la tumba de Antonio Machado. Apenas pueden verse las letras de la lápida, desbordada de flores, de placas. Un poco contrariado por ese inapropiado barroquismo, yo recuerdo la honda sencillez del poeta, y ese último verso en ese último papel, escondido en la bolsilla de su chaqueta: "Estos días azules y este sol de la infancia". Es víspera de San Valentín.

Llegamos a Carcassonne con el crepúsculo. Cientos de focos iluminan la mole amurallada de la Cité, confiriéndole casi un aspecto teatral, irreal. Todo impresiona; también el frío, por cierto: la nieve caída es testigo. Cenamos en un coqueto restaurant, en la esquina de una coqueta y petite place. El cassoulet está realmente sabroso.

DÍA 4 Por la mañana, visitamos el Château Royal, pisamos las calles adoquinadas, goloseamos una tienda de dulces, saboreamos una crêpe en un puesto callejero, admiramos las gárgolas "encarambanadas" de la gótica basílica de Saint Nazaire. Es hora de marchar. En una gasolinera surge un problema logístico: el surtidor automático no acepta nuestras tarjetas, y a la tercera, un gentil hombre se presta a socorrernos: "Ne me trompez pas, hein?" "No, absoluement, monsieur!" Seguimos viaje.

Los Pirineos pasan de ser una masa informe en el horizonte a una clara mole discontinua de cumbres nevadas, que salvamos zigzagueando por una carretera que nos lleva al alucinante vall d’Aran. Poco antes de Vielha, cortamos hacia el oeste, hacia Vilamós, una aldea que está a 1200 metros de altitud. Aquí, una cerca que intenta cercar el grandioso paisaje. Allí, una iglesia románica, recias casitas de muros enormes, unas ruedas de carro apoyadas en una tapia, un burrito peludo, una cancha de baloncesto nevada, unas vistas espectaculares.

Cuando llegamos a Vielha, el sol todavía está alto, así que seguimos hacia el sur, por el túnel de la N-230, que hace equilibrios entre Cataluña y Aragón. Giramos al este, al Vall de Boí-Taüll, bordado delicadamente con media docena de capillas románico-lombardas del siglo XII que armonizan con el soberbio paisaje: la de Sant Clement de Taüll destaca entre todas, con su sencillo juego de arcos y columnas, su colorido pantocrátor en el ábside central ("Ego sum lux mundi"), su esbelta torre de cinco pisos asentados en un macizo zócalo. Subir a lo alto de la torre es una aventurita divertida; metemos la cabeza en e interior de la campana, aspiramos el aliento frío de la montaña.

Santa María de Taüll, encerrada entre casas, pasa más despercibida. Dentro, la sensación de intimidad es enorme; cierro los ojos y escucho el silencio que está más allá de la armonía de gregorianos. Un merecido chocolate para calentar el cuerpo; regresamos a Vielha.

DÍA 5. Vielha todavía conserva cierto encanto, aunque lo que la asfixia cada vez más no son las altas montañas que la rodean, sino el urbanismo producto del turismo de alta montaña. Su hermosa iglesia, dedicada a Sant Miqueu, esconde una joya escultórica románica: el impresionante Cristo de Mijarán.

Salimos de Vielha hacia la parte oriental del Vall d'Arán. Al subir al Pla de Beret, nos damos cuenta de la inmensidad del paisaje que estamos atravesando.

Mientras, miles de puntitos de colores se deslizan sobre la nieve, en las laderas infinitas de Baqueira y Beret.

Tras subir y bajar el espectacular puerto de la Bonaigua, se abre ante nosotros el Vall d'Anceu; es el momento de buscar el pueblecillo de Espot, y de ahí al Parque Nacional de Aigüestortes. Pero desgraciadamente nos encontramos con un enorme cartel de madera: "Tancat, cerrado". Las capas de hielo sobre la carreterita que lleva al párking nos disuaden definitivamente. Decepción máxima, otra vez será. Nos dejamos llevar: Sort, La Seu d'Urgell (al que le damos el título de lugar más feo de los que hemos visto), túnel de Cadí, Bagà. Este pueblecito medieval nos anima el semblante.

Dormimos en una graciosa cabaña del cámping de Berga.

DÍA 6. A la carretera se asoman hermosas masías; todavía la nieve sigue siendo protagonista. Nuestra primera parada en esta nueva jornada de viaje es el Monasterio de Ripoll, la cuna de Cataluña. Su pórtico y su claustro son especialmente admirables; su iglesia es camposanto de los antiguos nobles catalanes.

Todavía Ripoll guarda bellos rincones, como el conjunto rojizo de casas que se asoma al río Ter. Antes y después de Sant Joan de les Abadeses, carteles anuncian un referéndum por la independencia. Más allá, Castellfollit de la Roca nos espera en lo alto de una muralla caliza. Realmente impresiona.

Pero es una fiesta para los sentidos la armonía arquitectónica de Besalú, (probablemente) el pueblo más hermoso de Cataluña.

 

Extremadura entre el Tajo y el Guadiana

Extremadura entre el Tajo y el Guadiana

Homer arqueólogo. Mérida.

Estos últimos días "constitucionales" los dedicamos a recorrer una zona tan bella como poco frecuentada en los circuitos turísticos: la meseta extremeña entre el Tajo y el Guadiana. Los kilómetros recorridos bien merecieron la pena, y no solo por sus monumentos milenarios, como los de Mérida, donde levantas una losa y te sale una piedra romana, monasterios como el de Guadalupe, o conjuntos históricos como el de Cáceres o Trujillo, sino porque me reencontré con un viejo amigo extremeño con el que compartí aquellos lejanos meses cuando vivía en Oporto... [Acho, tío!!!] Ahí va un sintético reportaje fotográfico:

DÍA 1. Llegada a La Alberca. La lluvia y el frío serrano nos reciben, pero no hay nada con lo que no pueda un buen vino y unos morros rebozados... Mmmmm... Exquisita cena en un restaurante de la plaza...

DÍA 2. La autovía atraviesa las dehesas extremeñas. Pasamos el Tajo, y poco después, ya estamos disfrutando del espectacular casco histórico de Cáceres. Perdiéndonos a través de estrechas callejuelas, bajo arcos almenados, de una iglesia a otra, de un blasón a otro... retrocedemos en el tiempo. Compramos torta de Casar y licor de bellota, que sin manjares en las alforjas el camino se hace más cuesta arriba...

Tras el refrigerio de rigor, comemos ya en nuestra casa rural, en Alcuéscar. Después, nos espera Mérida. Preguntamos por el teatro a algún transeúnte, que con sus "Uhhhhhhhhhhh..." nos hacen pensar que estamos a cientos de kilómetros de nuestra ruta... Nos liamos un poco, nos reímos un bastante, nos metemos en la Alcazaba: cuatro euros por unas piedras amontonadas y unas vistas (fantásticas, eso sí) del puente sobre el Guadiana... Por fin el teatro y anfiteatro romanos. La noche ha caído y la visita a los dos monumentos resulta un regalo para los ojos (a las chicas también les gusta el guía...).

Jose, nuestro contacto, nos pone al tanto de las costumbres locales mientras nos tomamos unas cañas.

El día ha sido largo, pero cunde; eso sí, no hay cama sin partida de póker. Quien escribe, pierde...

DÍA 3. Amanece encapotado en Alcuéscar. Solo alguna ancianita desafía las inclemencias del tiempo...

Guadalupe se arremolina alrededor de su espectacular conjunto monacal. Es soberbio por fuera y por dentro, con su claustro, su sacristía, sus museos... La Virgen de Guadalupe despierta pasiones...

Llegamos a Trujillo justo para comer. En el restaurante "La Troya" nos zampamos unas migas y una cazuela de cordero que saben a gloria, todo regadito con un amoscatelado vino típico. Llega el momento de recorrer esta maravilla medievo-renacentista, patria de conquistadores...

 

En la casa rural compartimos viandas con nuestros vecinos...caracenses, carriacenses, arriacenses, alcarreños... de Guadalajara, vamos, que asan unas castañas sobre las brasas de la chimenea. La noche se cierra con una nueva timba de póker: quien escribe, pierde.

DÍA 4. Regresamos a casa, no sin antes comer unas tapitas en Salamanca: por supuesto, jeta en "La viga"...

Valdeorras y Bierzo

El pasado fin de semana nos reunimos unos viejos compañeros unidos para siempre por nuestro paso por el Baronceli. Después de las quedadas de Mieres, La Alberca, Moraña y Cabanas, la que hizo la número cinco tuvo como destino O Barco, la capital de Valdeorras. Apenas dos días, que aprovechamos para nuestro ritual de charlas, póker y turismo... Esta vez estuvimos en Ponferrada (bueno, ellas, que fueron al mercadillo), en Petín (encantadoras sus casitas y sus riberas), en las Médulas (qué decir de ellas), en Villafranca del Bierzo (casas blasonadas de nostálgica y arruinada belleza, codillo de cerdo en la Plaza Mayor, mmm)... El monasterio de Xagoaza, a unos kilómetros del Barco, sede actual de una bodega, nos encantó (y de paso, catamos un godello, jejj). A este precioso conjunto monástico está dedicada la presentación inicial.

PS. Aprovecho para saludar a mi buen amigo Luis, valdeorrense de adopción, al que seguramente le gustará que haga publicidad de esas tierras...

Castelo de Arnoia, Celorico de Basto

Habíamos planificado un fin de semana rural, aprovechando estos veraniegos días de septiembre, y la verdad es que la elección resultó ser acertadísima: un lugar solitario de acceso complicadillo, un castillo en ruinas en lo alto de una colina, una casa preciosa de piedra e interiores de madera, una piscina absolutamente relajante, un buen libro (Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez)... y una buena compañía. Portugal nos regaló esta vez un pequeño paraíso en medio de ninguna parte, aunque no exactamente: el Támega, que tan familiar nos es por razones obvias, bañaba riberas cercanas, tierras de Basto...

Suecia, Noruega, Dinamarca

Bueno, para ser más exactos y menos pretenciosos, diremos Estocolmo y Kiruna (Suecia), isla de Senja, islas Vesteralen e islas Lofoten (Noruega), y Copenhague (Dinamarca). Ésta ha sido la meta de diez días inolvidables durante los que hemos visto ciudades y pueblecitos maravillosos, y paisajes naturales impresionantes. Un viaje que siempre había estado en la recámara y que por fin ha visto la luz. La bendición de la fotografía es que ayuda a mantener vívidos los recuerdos; paralelamente, la maldición es que, especialmente en este caso, no hacen justicia a tanta espectacularidad.

DIARIO DE VIAJE

DÍA 1. Tras una productiva escala en Londres (nos compramos unos rebajadísimos Clarks cada uno), aterrizamos a media tarde en Vasteras, a una horita en bus de Estocolmo. La capital de Suecia nos recibe lluviosa y plomiza. Así que aprovechamos para retirarnos pronto, después de curiosear Drottningatan, una de las principales calles comerciales, no lejos de nuestro hotel, el Nordic Sea. Un troll parapetado a la puerta de una tienda de souvenirs nos mira con una sonrisa maliciosa.

DÍA 2. Con un cielo inesperadamente azul, iniciamos nuestro tour por la ciudad. El imponente edificio de ladrillo del Ayuntamiento es nuestra primera parada, acierto pleno, porque desde lo alto de su torre percibimos la verdadera esencia de Estocolmo: su insularidad. Estocolmo no es una uniforme extensión urbana, sino un precioso mosaico de islas que combina a partes iguales agua, bosques y parques, calles y edificios. Al norte, Nörmalm, en el centro Helgeandsholmen, Gamla Stan, Skeppsholmen, Kastelholmen, Djurgarden; al sur, Södermalm…

 

Amarrado abajo está el Caballo de Dalarna, símbolo de Suecia. Parece amistoso y se deja acariciar...

Nos perdemos por las callejuelas de Gamla Stam, sin un rumbo fijo. Las calles principales están muy animadas, pero basta doblar una esquina para encontrarte casi en soledad.

 

En un parque infantil juegan dos niñas rubísimas y otra más bien mulatita. Lo domina todo la Tysta Kyrkan, pero preferimos para tomarnos un descanso la Stortorget, la plaza más pintoresca, con sus estilizados edificios de colores. Nos compramos en el kiosco una cerveza, y ocupamos uno de los bancos de la plaza. Un ambulante ha puesto un sofá para vender más cómodamente sus baratijas. Otro de los bancos lo ocupa graciosamente una familia entera, cada uno con su helado. De repente, al son de una música cercana, la Plaza se queda vacía: es un desfile de los soldados en el Palacio Real.

El Palacio Real está al noroeste de Gamla Stan, muy cerca del agua. Es fácil que la vista se desvíe entonces hacia el Saltsjön: los muelles, los barcos, el reflejo del sol en el agua… constituyen una panorámica mucho más sugerente. Cogemos uno de los barcos que van haciendo paradas por las islas y vemos por vez primera una de las estampas más típicas de Estocolmo: la hilera de edificios y barcos de Strandvagen.

De repente, maniobrando ante nosotros, uno de los Ericsson de la Volvo Ocean Race. ¡Tremendo! Nosotros nos detenemos al lado de la terminal de cruceros para subir hacia el famoso mirador de Fafängatan. La panorámica es soberbia.

Nuestra siguiente parada nos lleva a conocer el principal escenario de las novelas de Stieg Larsson, la isla de Södermalm. Por Götgatan las bicicletas van zumbando. Muy cerquita, la recoleta Mosebacketorg es perfecta para hacer otro descanso en nuestra ruta. Como Mikael Blomqvist, me bebo una Ramlösa.

Me imagino viendo aparecer la frágil figura de Lisbeth Salander. Más allá, un duende hace la burla a los transeúntes. Una cerveza en un local de jazz pone otro punto y seguido. El día se deshace y ya unas cuantas imágenes de la ciudad pueblan mi mente.

DÍA 3. Otro día azul, azul. Qué suerte. Paseamos por Östermalm para ver su famoso mercado modernista; le compramos a un simpático charcutero un salchichón de reno, o de muuuuuuuuus, como él dice riendo.

 

Continuamos andando por Strandvagen -las farolas son como mástiles- hasta cruzar a Djurgarden, para ver el museo Vasa. El orgullo de la marina real sueca, un precioso barco hundido apenas unos minutos después de su pomposa botadura, nos hace pensar en la estúpida soberbia del ser humano.

 

El museo Skansen es menos impresionante, pero cuenta historias mucho más amables: es una especie de museo etnográfico construido con el objeto de preservar el modo de vida tradicional sueco, ante la vorágine de la industrialización. De alguna manera, lo ha conseguido, porque es como un viaje en el tiempo. Rebeca compra una regaliz. Por primera vez yo veo un alce en vivo y en directo, aunque, eso sí, bastante somnoliento… A las pobres hembras, más espabiladas, nadie les hace fotos…

Volvemos por Gamla Stan y Helgeandsholmen. Un pescador saca del lago un enorme salmón, para soltarlo a continuación. Nuestro día acaba en el Ice Bar, con un delicioso cocktail de vodka. Un brindis por Estocolmo. Y por nosotros, qué caramba.

 

DÍA 4. Por fin la Laponia sueca, más allá del Círculo Polar. Un Wolkswagen Golf nos espera en la oficina de Budget. Aquí la atmósfera es diferente, difícil explicar por qué. Kiruna es un pueblo grande, con muchas casas de madera, crecido sin apenas planificación, al ritmo de la extracción del hierro de la enorme mina que domina las afueras. Una preciosa y roja iglesia que parece una tienda sami nos confirma que estamos ya en otras latitudes.

Entramos en un café y una pandilla entera de tipos con pinta de moteros se gira para vernos, como en una escena de un western. El día está nuboso y fresco. La chaqueta no sobra para nada. En el ICA nos abastecemos de víveres para cinco días; en todos los alojamientos noruegos tendremos cocina y los precios allí son realmente caaaaaaros.

La E10 entre Suecia y Noruega apenas tiene tráfico, y avanza entre lagos y suaves montañas. Poco a poco el paisaje se irá endureciendo.

Primera señal de peligro con un alce negro pintado en su interior. Estamos en Noruega. Cogemos la E6 hacia el norte, y tras una parada en la cascada de Malselvfossen, a la altura de Bardufoss, giramos para encontrar la isla de Senja. Nos cuesta sangre, sudor y lágrimas encontrar el HI, pero al fin nuestros huesos hallan su merecido descanso. El albergue resulta ser una gran cabaña de madera, más que confortable.

DÍA 5. Hay que madrugar un poco para coger en Gryllefjord el ferry de las 11:00 horas. La carretera que cruza Senja de sur a norte es encantadora, pero los paisajes más septentrionales nos dejan sin palabras: altos promontorios que se deshacen abruptamente en el mar, profundos valles, estrechos fiordos… Nos detenemos en Hamn, y luego seguimos hasta Gryllefjord, un homogéneo puñado de casitas frente al muelle.

 

No hay mucha actividad, hasta que aparece el ferry a Andenes, en las islas Vesteralen. Un grupo de excursionistas asturianos, vaya encuentro, también se sube al ferry. Desde el barco, las siluetas recortadas de las montañas son impresionantes. Una neblina las atraviesa como un cinturón de algodón.

Los asturianos probarán suerte con las ballenas. Nosotros seguiremos hacia el sur, al encuentro con las Lofoten. Pero a la salida del pueblo de Andenes, a mano derecha, una preciosa playa de fina arena nos hace detenernos. Buen lugar para un improvisado picnic. Prácticamente no hay olas, el mar está como un plato.

Hacia el sur, las islas Vesteralen nos muestran estampas bellísimas: suaves praderas al lado de apacibles lagos, puentes en inverosímiles escorzos, montañas que surgen de la nada, un reno en la carretera…

Saltando de isla a isla, llegamos a Melbu, donde cogemos el ferry a Fiskebol: por fin, las Lofoten.

Una carretera increíble –fotos cada quinientos metros- al lado de un fiordo escoltado por afilados picos nos lleva hasta Svolvaer y hasta nuestro sjohus, una especie de hotel de pescadores rehabilitado, que nos ofrece un par de literas, una minicocina y una mesa con su par de sillas. Perfecto. Por la ventana un montón de barquitos amarrados a los pantalanes. Fuera, un saliente de la montaña tiene un enorme parecido con los cuernos de una cabra…

 

DÍA 6. Es domingo por la mañana, y quizá por eso, Svolvaer parece un desierto. De hecho, ya la tarde-noche anterior habíamos dado un paseo por el pueblo, y solo algún comercio estaba abierto. Unas carpas en la plaza principal daban cuenta de alguna fiesta a la que, desde luego, ya habíamos llegado tarde. Ponemos nuestro Golf en ruta, y nos encontramos con Kabelbag, un bonito pueblo con armoniosas casitas de madera. Pero Hennigsvaer, la llamada Venecia de las Lofoten (un poco pretencioso el título), más hacia el sur, es sin duda más vibrante. Llueve pero poco importa. Aquí nos encontramos con un aroma más decididamente marinero, una deliciosa taberna en la que tomamos una cerveza, los típicos secaderos de bacalao, una multitud de barcos de pesca anclados frente a los muelles, dos pescadores vendiendo gambas recién pescadas y cocidas. Riquísimas, y a 12 euros el kilo, la comida con mejor relación calidad-precio de todo el viaje…

Dejamos la isla de Austvagsoy y entramos en la isla de Vestvagoy. Al llegar a un alto nos hacemos a un lado para disfrutar de las preciosas vistas. Un poco más allá, nos salimos de la E10 para girar hacia Eggum, en el oeste, uno de los lugares más reputados para ver el sol de medianoche, la puesta del sol que no se pone. Pero eso es en junio, y nosotros ya estamos a finales de agosto… Pasamos de largo el museo Vikingo y torcemos hacia Utakliev, camino de una de las maravillas de las Lofoten: la playa de Auckland. Describir esta increíble playa es imposible: una larga media luna de arena fina, con una verde pradera donde pasta alguna oveja, alguna casita solitaria de color rojo, un fastuoso decorado de montañas alrededor…

 

Pero, ya entrando en la siguiente isla, Flakstadoy, el día todavía nos reserva una sorpresa, el pueblecito de Nusfjord, un conjunto de cabañas de pescadores sostenidas por pilotes, arremolinadas alrededor de un pequeño muelle en el extremo de un fantástico fiordo. Rorbu 30. Nusfjord. Flakstadoy. Lofoten. Nordland. Noruega. Qué maravilla tener esa dirección postal durante unos cuantos meses… A la vista se unen dos claras sensaciones que aún perduran: el agudo grito de las gaviotas y el aroma penetrante del mar. Llovizna pero es el paraíso.

DÍA 7. Nos resistimos a dejar Nusfjord pero es inevitable. Como recompensa, luce un sol espléndido. Flakstadoy nos reserva preciosos parajes, como la playa de Flakstad, e interesantes detalles, como una vaca lanuda pastando en un praderío, o un apacible cementerio de lápidas austeras, al pie de una montaña.

 

Paramos en un Bunnpris, aunque trece euros por unas patatillas, un pastelito y una tableta de chocolate no parece precisamente una ganga… Las vistas de la más meridional de las Lofoten, Moskenesoy, son impresionantes desde la carretera que serpentea al sur de Ramberg.

Cruzamos a Moskenesoy y avanzamos hacia el sur por la parte oriental de la isla. Apenas unos kilómetros más adelante, en Hamnoy, aparece el majestuoso Reinefjord. Gaviotas, secaderos de bacalao, cabañas de pescadores, una lengua de mar que duerme en el fondo de una enorme cordillera…

Decidimos internanos en el fiordo de la mejor y única manera posible: sentados en la cubierta de popa de un barco que ofrece paseos para turistas. Espléndido. Las arrugadas ancianitas aventureras que van a nuestro lado parecen opinar lo mismo.

La E10 muere al llegar a A, el último pueblo de las Lofoten. Es también realmente evocador, otro lugar de postal. La mejor vista del conjunto es desde el pequeño espigón que protege el puertecito.

Unos cientos de metros más adelante, tras pasar encantadores chalecitos con jardines cuidadísimos, tomamos un sendero que lleva a unas rocas que nos dejan la sensación de fin del mundo. Casi, porque se vislumbra una isla cercana, Vaeroy, y la recortada línea de la Noruega continental…

DÍA 8. Tras pasar la noche en el HI, desandamos nuestro camino y volvemos hacia el norte, pero el paisaje, ya familiar, adopta matices diferentes al ser recorrido en diferente sentido y con un día totalmente soleado.

Con 18ºC qué mejor idea que volver a Auckland para un auténtico día playero… más allá del Círculo Polar Ártico.

Después del baño más rápido y septentrional de mi vida, nos dirigimos hacia Stansund, y visitamos su archifamoso HI.

Allí cogemos el Hurtigrutten, el expreso costero que bordea todo el litoral noruego. Es increíble que semejante mole flote y maniobre con esa facilidad. Por unos momentos nos sentimos como Paco Martínez Soria al llegar a Madrid: el MS Nordkapp nos parece una laberíntica ciudad, y solo encontrar nuestro camarote nos lleva bastantes minutos. Por fin acomodados, la tarea es simple: sentarse en una tumbona de cubierta y contemplar la dentada silueta de las Lofoten.

Ya anochece, son las 23:00 h. pero una pequeña claridad persiste cuando nos internamos por el impresionante Trollfjord, que se estrecha más y más: las maniobras del enorme barco, ayudado por sus potentes faros y por unas pequeñas lanchas, son por sí solas un espectáculo digno de ver.

DÍA 9. Nos despertamos cerca ya de Harstad, nuestra parada. Bordeamos la parte norte de la bahía de Narvik, y a partir de ahí, carretera hasta Kiruna, otra vez Suecia. En el aeropuerto compartimos dos horas de retraso con unos fornidos montañeros que se han pateado el Abisko Park. Escala en Estocolmo Arlanda y, finalmente, aeropuerto internacional de Copenhague. Nuestro precioso hotel Bethel, un antiguo edificio de ladrillo, en su día alojamiento para pescadores, es una cuenta más del collar multicolor de las casas del canal Nyhavn. Sentados en una de las terrazas, saludamos la llegada de la noche con medio litro de cerveza (Tuborg, no Carlsberg).

 

Nyhavn, Copenhague por israel_profedelengua.

DÍA 10. Día soleado en la capital de Dinamarca. A primera hora rendimos honores a la Sirenita, más allá del Palacio de Amalienborg,

La sirenita, Frederiksstaden, Copenhague por israel_profedelengua.

y después nos perdemos en el bullicio del centro de la ciudad, por Stroget, una calle peatonal que parece no tener fin y que se extiende desde Kogens Nytorv hasta Radhausplatsen, la plaza del Ayuntamiento.

Amagertorv, Copenhague por israel_profedelengua.

 

Radhuspladsen, Copenhague por israel_profedelengua.

Después de la paz anestésica de las tierras laponas, Copenhague parece una vibrante metrópolis, con un incesante ir y venir de gentes. Algunas chicas, por cierto, son guapísimas, pero la morena con la que estoy casado también llama la atención de los nativos. La bici es la protagonista indiscutible, pedaleando por igual yuppys y hippies, jóvenes y mayores, daneses y turistas. Después de comernos una ensalada de diseño tan sabrosa como cara (bendito desayuno buffet) regresamos a Nyhavn bordeando el mar.

 

Tras descansar un poco, decidimos aprovechar las horas de luz de nuestro penúltimo día de viaje al máximo, y cruzamos hasta Christianhavn. Aquí la ciudad se amansa, meciéndose en los canales, escenarios de picnics improvisados.

 

Christianhavn, Copenhague por israel_profedelengua.

 

También entramos en el Territorio Libre de Christiania, utopía construida en los años 70 como modo de vida alternativo que poco a poco parece disolverse entre el aroma de la marihuana y las camisetas para turistas.

 

De vuelta en la Unión Europea, el estómago reclama lo suyo y elegimos para esta última cena una apacible terraza de un restaurante con solera, al lado de un canal. Deliciosa cazuela de pescado y gambas con salsa bechamel. La noche acaba en las tintineantes luces del Tivoli, el parque de atracciones más antiguo del mundo. Elegimos la atracción más antigua, tiro al plato de porcelana, para gastar las pocas coronas que nos van quedando…

Tivoli, Copenhague por israel_profedelengua.

 

DÍA 11. Todavía tenemos unas pocas horas antes de tomar el avión, y las empleamos para visitar el precioso castillo de Rosenborg y callejear un poco más.

Castillo de Rosenborg, Copenhague por israel_profedelengua.

Una postal, un bote de galletitas. Es la hora de irse. El payaso de Lego del aeropuerto nos indica la puerta de embarque. Hasta pronto, Escandinavia.

Cuenta atrás: itinerario del viaje por Escandinavia

¡Qué emocionanteeeeeeeeeeeeeeeeeeee!

La Costa de Arrábida y Caparica: de Setúbal a la Praia do Meco

Con el nombre de "Costa azul portuguesa" se conoce esta zona de costa situada entre Setúbal, en el estuario del río Sado y frente a la península de Troia, y el cabo Espichel. Sin duda, parece que en lugar del Atlántico, estuviésemos en Baleares o en Cerdeña: el parque natural de Arrábida está conformado por un inmenso bosque bajo de tipo mediterráneo que se sumerje en un mar cristalino de tonos verdosos. Pues hasta aquí nos fuimos este fin de semana, y aquí está el diario de este breve viaje.

DÍA 1. Lisboa nos recibe por la tarde, bella como siempre. Nos envuelve en su telaraña de calles y plazas, hasta que enfilamos por fin la avenida Almirante Reis, donde está la Residencia do Sul. Pocas veces hemos estado tan bien en un sitio pagando tan poco. Recomendable para todo viajero, la Residencia do Sul está ubicado en un antiguo edificio con una preciosa fachada, rehabilitado por dentro de manera impecable, adornadas sus paredes con hermosos murales de típicas estampas lisboetas.

 
Después, como jugando a la oca, vamos de plaza en plaza: Restauradores, Rossio, Comercio. Subimos a la Baixa (bendita paradoja), al Chiado. Nos esperan Pessoa frente a su café preferido, y el restaurante das Cabaças con un divino arroz tamboril que, efectivamente, hace repiquetear nuestras papilas gustativas. El último café nos lo tomamos con Abú, un senegalés de grandes ojos, que nos cuenta, él y sus ojos, la dura vida de un crucerista de patera transformado en vendedor ambulante de pulseras y collares.

DIA 2. La ocasión la pintan calva. Al otro lado del larguísimo puente Vasco da Gama está Alcochete, con su centro comercial outlet Freeport, que más parece una ciudad que un macrocomercio. El viajero más escéptico se rendirá a los encantos de esta Alhambra consumista de precios reducidos... Luego Setúbal y el Estalagem do Sado, nuestra base para las dos siguientes noches. La tarde la aprovechamos para internarnos por la serpenteante carretera que atraviesa la espectacular Sierra de Arrábida. Las panorámicas son soberbias.

 
La sensación de paraíso solo es enturbiada por unos mamotretos de cemento, en el extremo de la península de Troia. Justo la sensación contraria que ofrece el conjunto del Convento de Arrábida, en armoniosa comunión con la naturaleza.

 
Descendemos hacia el mar; en un garito del minúsculo Portinho de Arrábida nos tomamos una SuperBock. Qué bien entra, madre mía. En frente, los barcos de recreo parecen flotar sobre el aire. A nuestro regreso a Setúbal, la ciudad de Luisa Todi, nos metemos entre pecho y espalda una buena ración de sardinas y choco frito.

DÍA 3. Día playero. La mañana nos la pasamos tumbados en la Praia dos Coelhos, acompañados de Stieg Larsson y del suave rumor de las olas. El calor aprieta y el agua está helada: ésta es la única señal de que estamos en el Atlántico, y no en una cala de una isla del Egeo.

Siguiente parada, Sesimbra. La línea de litoral de la llamada "perla" de la Costa Azul portuguesa está destrozada por la fiebre del cemento; el castillo a lo lejos es testigo mudo de la catástrofe. Las marisquerías de las callejuelas interiores bullen de actividad. Huimos hacia cabo Espichel. Todo nos impresiona. El santuario de Nuestra Senhora que allí está parece un escenario de un western mexicano; solo faltan algunos arbustos rodantes y unos cuantos panchosvilla apostados con sus rifles.

 

Hacia el Norte, al fondo se vislumbra la costa de Cascais y Estoril. Más cerca, la larguísma praia de Meco raspa, como una cerilla encendiéndose, la Costa da Caparica. Allá nos vamos. Encajonada entre altos acantilados, en la salvaje praia do Meco conviven surferos y saltadores de parapente. La brisa se agradece.
Hacia el final del día nos recogemos en un amable chiringo de ambiente marinero, en lo alto del acantilado. Engullimos una sabrosísima cataplana de mariscos y pescado mientras vemos, al milímetro, como el sol se oculta en el horizonte.

DÍA 4. Regreso. El azar del viaje hace que hagamos una primera parada en Fátima. Fervor católico a espuertas. También es Portugal en estado puro. La última parada es en la agradable Viana do Castelo. Café y bolo de arroz. Obrigado...

Montalegre

A raia, esa línea imaginaria que separa tierras gallegas y portuguesas, esconde pequeños lugares fantásticos para un día de picnic. Por ejemplo, Montalegre, adonde fuimos un jueves de este mes de mayo. Su colosal castillo refleja la desconfianza que presidió las relaciones de los dos países vecinos...

Montealegre por ti.

Asturias


Fin de semana de baloncesto en Gijón. El equipo juvenil del Peixe Galego Regeneracom de Marín, comandado por su entrenador (y cuñado de un servidor, Saúl Ares), logró la victoria en la final del Intersector Autonómico Norte, con lo que disputará el Nacional que se jugará en Vitoria.

 

Pelotazo para el equipo de Marín, que se medirá con los juveniles de Joventut, Barça, Unicaja..., y regocijo total de los aficionados que lo vivimos in situ, entonando la rianxeira

 Y entre partido y partido, unas visitas a algunas de las perlas del Principado, mi otra “nación". Durante mi infancia y adolescencia veraneé muchos años en Asturias, donde tengo a la mitad de mi familia paterna. Así que recordé esos lugares de mi memoria astúrica: el Gijón de la Playa de San Lorenzo, los bellísimos lagos de Covadonga, el queso de Cabrales, les fabes con almejas, el maravilloso prerrománico del Monte Naranco, el pueblecito marinero de Tazones donde desembarcó Carlos I cuando vino de Flandes, el espectacular desfiladero del Cares, el chispear de la sidra escanciándose, el Oviedo de la Regenta… Esta vez serví de guía para mi familia política, para quien ejercí de guía por estas maravillosas tierras, treinta y pico años después de que mis suegros fuesen de luna de miel...

Una selección de las muchas imágenes que quedaron en nuestra retina...

Una calle de Gijón...

La Regenta ante la catedral de Oviedo...

El reflejo de Tazones en los charcos de la lluvia...

Una pareja besándose ante el Cristo del Naranco...

El museo de la sidra...

La majestuosidad de los lagos y montañas de Covadonga...


El resto de fotos, aquí...

Eire, Irlanda, la tierra fértil

Eire, o Irlanda, es fértil por su intenso verdor, pero también porque el viajero se siente más crecido tras ver sus inolvidable paisaje natural y humano. Los cinco intensos días que hemos pasado allí dieron para mucho, pero han resultado más un aperitivo, porque la Isla esmeralda es uno de esos lugares inagotables a los que siempre querré regresar, para visitar lo que no he visto, y para volver a disfrutar lo ya vivido. Irlanda... Irlanda es una sucesión de lienzos impresionistas, con maravillas naturales a veces salvajes, a veces bucólicas, con románticas ruinas de castillos y abadías, que termina invariablemente en un oscuro rincón de un pub, paladeando una Guinnes mientras se escucha a algún lugareño cantar o tocar música tradicional... Ha sido una gozada, y lo recomiendo a todo el mundo.

A continuación podéis leer el habitual cuaderno de viaje. El reportaje fotográfico íntegro podéis verlo desde aquí.

DIARIO DE VIAJE

DÍA 1. Vigo-Madrid-Dublín. Son las dos de la tarde del 20 de febrero, cuando llegamos al aeropuerto de la capital de Irlanda. Esta  vez es Pereira, nuestro acompañante en esta pequeña aventura, quien se sienta al volante del coche. Así que a mí esta vez me toca disfrutar a tiempo completo el paisaje, y agradecido, que no debe resultar nada fácil conducir por la izquierda... La M4 que sale hacia el oeste se acaba pronto, y la N6 dirección Galway nos lleva cerca de nuestra primera parada, Clonmacnoise, un increíble monasterio medieval en ruinas que nos pone los pelos de punta. Pasear entre el bosque de cruces celtas es como realizar un misterioso viaje en el tiempo, un regreso a las brumas de la memoria de Irlanda.

Perseguimos el sol que se acuesta en el horizonte, y es noche cerrada cuando nos perdemos por las calles de Galway hasta encontrar nuestro B&B, en un hermoso edifico de estilo victoriano. El núcleo de la ciudad es un amable galimatías de pubs y restaurantes: nuestra primera Guinnes sabe a gloria.

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DÍA 2. La N67 rodea la bahía de Galway y sigue la línea de la costa hacia el sur. Un evocador castillo, un rebaño de ovejas copando la calzada...

El pedregoso y desértico Burren se intuye, a nuestra mano izquierda, pero seguimos hasta llegar a los imponentes acantilados de Moher, frente a las islas Arán.

Cogemos un ferry para ahorrarnos rodear la profunda ría de Shannon y seguimos hasta la península de Dingle, una cuchillada en el Atlántico [¡mirad esta foto en la wikipedia, por favor!]. La panorámica de las deshabitadas islas Blasket desde el cabo es soberbia. Avanzamos a través de las estrechas y sinuosas carreteras del oeste de Irlanda, tan estrechas y sinuosas que nos cruzamos con más de un coche con el espejo retrovisor "tocado"... Pero tan bellas, tan bucólicas... Que se queden así para siempre, quizá si las carreteras fuesen más anchas y con menos curvas, desaparecería el maravilloso encanto de los parajes que atraviesan... 

 En estos impresionantes lugares, azotados por el viento, inmunes al paso del tiempo, se esconde una pequeña maravilla arquitectónica, el Gallarus Oratory..

Cenamos en un pub en el pueblecito de Dingle. Carteles en gaélico. Pero todavía hemos de llegar hasta el Best Westwern Hotel de Killarney. El pueblo resulta ser un colorido tiovivo de tiendas y bares; el irish coffe en el Courtney’s es perfecto para acabar una jornada intensa.

DÍA 3. Killarney es la puerta de un precioso parque nacional, con lagos, montañas, castillos y abadías.

 Pasamos la mañana admirando estas maravillas, para tomar después la carretera de Cork. Nuestro anfitrión del B&B nos ofrece una meriendita a base de té y galletitas. Cork nos parece una ciudad sin demasiadas ostentaciones, exceptuando dos enormes edificios separados entre sí unos cientos de metros: la catedral y la fábrica de cerveza.  En el fabuloso An Spailpin Fanac (abierto desde el siglo XVIII ni más ni menos) nos tomamos una pinta al tiempo que unos lugareños cantan y tocan la guitarra de la manera más natural. Me compro la camiseta que venden de recuerdo. La velada es inolvidable.

DÍA 4. De Cork a Dublín nos detenemos en la impresionante Rock of Cashel. Fue aquí donde San Patricio -el patrón de la Isla- convirtió al rey de Munster, en el siglo V. Fue aquí donde llegó el inglés Cromwell a mediados del siglo XVII  para dejar muertos y ruinas tras de sí. Pura historia irlandesa. Nos sentimos pequeñitos ante semejante escenario.

Otro evocador castillo en ruinas apenas a un kilómetro. Irlanda, romanticismo absoluto. 

Nuestra siguiente parada camino de Dublín es Kilkenny. Nos tomamos un café en un bonito bar con las paredes interiores llenas de rótulos y carteles antiguos. Kilkenny es encantador, aunque apenas son dos calles por las que pasear, que unen en los extremos un castillo y una bonita iglesia con la típica gran torre circular.

Llegamos a Dublín, completando el irregular círculo que ha descrito nuestro viaje. El apartamento, a un paso del James Joyce’s bridge, está decorado con fotos de Audrey Hepburn. Dublín no destaca por su monumentalidad, pero es una ciudad joven y dinámica. Sus edificios de ladrillo, con algún detalle modernista, sus iglesias... pero son los pubs de la zona del Temple los protagonistas del ambiente dublinés. Cae la noche y el Gogarty se ilumina como un castillo de fiegos artificiales. Elegimos el Temple Bar para bajarnos la penúltima pinta; la última es en un pub con licencia para vender bebidas desde la Edad Media...

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DÍA 5. Seguimos conciendo Dublín, la parte central y oriental de la ciudad, más allá del Temple. 

La impresionante biblioteca del Trinity College alberga un magnífico tesoro filolófico: el Libro de Kells.

Subimos por la calle Grafton para conocer a Molly Malone, pero hay mil y un comercios, tiendas de souvenirs, puestos de flores...

A mediodía decidimos dejar la ciudad para visitar el otro de los grandes conjuntos monásticos irlandeses, Glendalough, creado por San Kevin en el siglo VI, aunque la mayoría de sus edificios son bajomedievales. El lugar es precioso, digno del retiro de cualquiera, aunque no sea santo... Un pintor trata de plasmar en su lienzo la belleza del entorno, y eso que aún no ha llegado la primavera...

Hacemos el regreso a Dublín por la R115, que nos regala unas vistas impresionantes. Por estos parajes se grabó Braveheart...

Los días son breves aquí en invierno, pero en Irlanda eso no es demasiado problema, porque cualquier irish pub ofrece su hospitalidad. Esta vez bebemos las pintas de rigor en el Ryan's, otro antiquísimo establecimiento en el que televisan un partido de la Champion's.

DÍA 6. Nuestras últimas horas en Dublín las dedicamos a callejear un poquito, y visitar la manzana más georgiana de la ciudad, con sus típicas y elegantes puertas.

Un último café en el Duke. Good bye, Ireland!

Preparativos de viaje

Una de las partes más excitantes de todo viaje para mí son precisamente los preparativos previos (valga la redundancia, qué preparativo no es previo): hay una especie de ilusión virgen, de ansiosa expectativa ante lo desconocido. Este vídeo va dedicado a Rebeca, refunfuñona alguna vez, pero fiel y paciente escudera en estas empresas quijotescas mías, que tratan de abarcar un mundo dramática, insoportablemente inabarcable. Al final son migajas, pedazos fragmentados de mundo. Pero son míos, solo míos. Bueno, y de aquellos con quienes los comparto, como en este caso, con mi viejo amigo Pereira, que nos acompañará en esta aventura irlandesa y con quien brindaré bien a gusto en algún oscuro rincón de un pub...

Aquí está el mapa de la Isla, con los puntos que visitaremos:

Ferrol y Eume

Ferrol y Eume

Temporada baja (chiringuito en la playa de Cabanas)

Aunque con un poco de retraso (estuvimos en Cabanas en el puente de la Constitución), AQUÍ está el reportaje fotográfico de ese fin de semana gris en lo meteorológico, pero muy divertido. El impresionante monasterio de Caaveiro, en las fragas del Eume, en medio de los colores otoñales, fue una de las estrellas de esta bonita escapada. Gracias Cudi y Ana por vuestra hospitalidad.

Colores otoñales (II) por israel_profedelengua.

Setas. por israel_profedelengua.

Las Médulas

Hay un lugar mágico a menos de dos horas de Verín, considerado por la UNESCO Patrimonio de la humanidad. Es, son, Las Médulas, en el Bierzo (León). Hace dos mil años los romanos encontraron oro en estos parajes, y entusiasmados (si los cogen los de Greenpeace hoy...) agujerearon la montaña para que las corrientes de agua arrastraran las pepitas al valle. No sé durante cuánto tiempo fue rentable la explotación aurífera. Hoy el paisaje de las Médulas es de una belleza surrealista. De la montaña apenas quedan picachos más o menos grandes, empitonados, sangrantes, cuya roja tierra contrasta con el verde de los cientos de castaños para componer una melodía pictórica inolvidable.

Las fotografías de la presentación inicial las hice un luminoso día de este otoño, de excursión con mi buen amigo Pereira (y mi mujer, claro, que si no la nombro se enfada...).

Y éste es el poema -pobre poeta de mí- que escribí la primera vez que visité este fantástico lugar, el -lejano- verano de 1995:

En este lugar se besan

La Tierra Roja y el Castaño Verde,

despacio, con ternura.

Dolorosamente se besan.

 

Ella se cansa,

vieja y roja, sonámbula,

sangrando desengaño por las hendiduras.

Tímidamente ama, jadeando dulcemente,

con su roja melena cubriéndole las lágrimas.

Silenciosamente ama.

 

Él, verde

trovador, soñador y romántico,

la arrulla con mimo, cantándole al oído,

Como un susurro la acaricia, suavemente,

majestuosamente ama dándolo todo, loco enamorado.

Silenciosamente ama.

 

En silencio se aman.

Y en soledad.

Sólo el viento espía celoso.

Y el tiempo goteando eternidad…

A Costa da Morte (entre el cielo y el infierno)

Si hay algún lugar en Galicia, y en toda España, capaz de albergar la esencia del realismo mágico hispanoamericano, un lugar donde la magia y la realidad, lo milagroso y lo cotidiano, cabalguen juntos, ése es la Costa da Morte. Desde Caión hasta Muros podemos encontrar pueblecillos de intenso sabor marinero, faros ubicados en cabos vertiginosos donde el mar rompe con toda su fuerza, playas salvajes y solitarias azotadas por el viento, castillos decadentes, dólmenes antiquísimos, hórreos infinitos... Y también maravillosas leyendas, y trágicas historias.

Si todavía no habéis visitado esta zona, os lo recomiendo vivamente: al menos una semana para conocerla sin prisas, saborearla a pequeños sorbos... Yo he estado por tercera vez en mi vida el pasado fin de semana, y siempre, siempre, me dan ganas de volver. Especialmente a mi lugar favorito, a ensenada do Trece, con su duna vertical, un poco más allá del cementerio de los Ingleses, con la dentada silueta del cabo Vilán justo enfrente...

Por desgracia desgraciada, la tarjeta de mi cámara se ha roto (¡arggggg!, con las fotos tan bonitas de mi sobrinica que tenía...), pero los grandes fotógrafos de flickr.com tienen imágenes estupendas...

Luis Amado Rego, foto tomada en el concello de Camariñas, entre Cabo Vilán y la Ensenada do Trece:


Evaguein, foto tomada en Punta Roncudo, Corme (concello de Ponteceso):


Chequia y Austria Oriental

Chequia y Austria Oriental

Marioneta típica. Praga.

Cuarenta años después de la Primavera de Praga1, mientras los recuerdos de mi viaje por la República Checa están frescos todavía, aprovecharé para plasmarlos en las páginas de este blog (que cada vez está más lejos de sus orígenes educativos para convertirse en un blog personal, aunque... ¿quién dirá que el viaje no es cultura, no es educación?). No lo hago solo por vosotros, para que descubráis este maravilloso país, sino también por mí, para atrapar para siempre todas las sensaciones de las que me he impregnado...

Pero tranquilos, este no es el típico "cuaderno de viaje", solo unas imágenes adornadas de unas cuantas palabras (o al revés)... Pero, ¡por favor! Viajad sin peso, si acaso solamente escuchad el rumor del Moldava, el río de Bohemia, tal y como lo sintió Bedřich Smetana, el gran compositor checo...

Desde las alturas, Chequia es un lienzo jaspeado donde sobresalen claramente el verde de sus bosques y el oro de sus campos de cereal. El avión nos despacha en la terminal del aeropuerto de Praga, el autobús 119 nos vomita en la estación de metro de Dejvická: nadie a mi alrededor parece darse cuenta de este siniestro descenso a los infiernos. Pero, como en la delirante Quinta da Regaleira, en Sintra, se trata en realidad de un renacimiento, de la resurrección a una vida mejor, porque, mientras la luz del día vuelve a abrazarnos suavemente en la ulice Kaprova, apenas sin darnos cuenta nos hallamos en el centro de la Staroměstské náměstí, una de las plazas más bellas de Europa, un lugar de cuento de hadas que nos devuelve a nuestras ensoñaciones infantiles de dragones, castillos, caballeros y princesas. La frescura de la Krušovice de 12 grados no nos ayuda a despertar de este sueño, pero paulatinamente tratamos de captar cada detalle: un caballo blanco echando la lengua fuera, una fachada pariendo una campana, un esqueleto tocando las horas... Un escenario ahora casi surrealista, desde el que, bien empapado, me dirijo a mi alojamiento, un modesto apartamento en ulice Týnska.

Segundo día en Praga, la perla de Bohemia. El esqueleto toca para mí su fúnebre hora, y, como sin voluntad, me dejo arrastrar maquinalmente por la corriente humana que me lleva por la ulice Karlova. Me sacude la belleza gótica de la torre que se levanta frente a mí. Subo perdiendo el aliento en cada uno de los 138 peldaños que me elevan al cielo de Praga. A mis pies, como miniaturas, las estatuas del Karlův most, el puente de Carlos. El río Moldava las ignora, soberbio y elegante, y se desliza entre los arcos camino al noroeste, camino al océano. A mi izquierda, Hradčany, donde el Castillo y la catedral de San Vito gobiernan majestuosos el horizonte, por donde se pondrá el sol; a mi derecha, las alturas aguijoneadas de Staré Město. Caminaremos hacia el hrad, admiraremos la catedral, pasearemos por los jardines del Senado, volveremos junto al río. De cerca, el Moldava es más Vltava, no parece tan vanidoso ni distante, me guiña un ojo, me invita a acariciar sus riberas. Las dos torres que las flanquean están serias. Yo me siento, cierro los ojos... Al fondo, en Nové Mesto, más allá de las fantasías del Museo de arte contemporáneo y del fantasma de Don Giovanni del Teatro Nacional, la Tančící dům, la Casa-que-Danza, mueve sensualmente sus caderas como una bailarina oriental, al son de las suaves ondas...

Tercer día. En la Námĕstí Republiky, la negra mole de la Torre de la pólvora se funde en paradójica armonía con el color pastel, los vidrios de colores y el hierro forjado de la Obecní dům, la Casa Consistorial. A partir de aquí, se suceden en vertiginoso carrusel las maravillosas fachadas art nouveau, tirabuzones rubios deslizándose en cascada hasta la Plaza Wenceslao. La escalinata del Museo Nacional todavía llora la historia de Jan Palach, triste epitafio de la Primavera de Praga. Un violinista callejero, un cambista sin escrúpulos, una estatua de un caballo muerto, una farola cubista, una marioneta de mirada siniestra, un huevo de pascua… todo cabe en la ciudad de Kafka. Por la tarde, Josefov se abre como una flor delicada para mostrarnos la Vieja sinagoga y el remolino de tumbas del Cementerio judío. Por la noche, lo que se abre es el telón del Ta Fantastika: Alicia se hace mayor, y abandona para siempre el País de las Maravillas. Nosotros también abandonamos la magia de Praga. Espero que no para siempre.

Cuarto día. Atravesamos mil campos listos para la siega, y de repente, un paisaje boscoso, un profundo valle, de repente Karlovy Vary. Álamos presumidos, los edificios modernistas fin de siècle se alinean en las riberas del río, ofreciendo un mosaico de exquisitos colores y diseños. Todo es por el agua, que hierve en las entrañas de la tierra. Cien fuentes jalonan nuestro paseo hacia la cabeza del valle.

Ahora la carretera serpentea, entre bosques y praderas, hacia el este… cada kilómetro es un minuto menos de luz. Pero Česky Krumlov alumbra por sí misma. El Moldava reaparece, más tierno y juguetón, encerrando el pueblo en un fabuloso meandro. En la noche resplandece imponente la roca del castillo, ya no sé qué es roca y qué castillo, con su torre, maquillada como una joven preparada para salir. El conjunto nocturno es grandioso. Se oyen risas a lo lejos.

A la mañana siguiente llueve. Adiós, Moldava, Vltava…

Quinto día. La primera imagen de Austria es un campo de girasoles. Después, Mauthausen. Los barracones de madera del Kamp son un pálido recuerdo de la tragedia vivida hace poco más de 60 años. Un niño corretea entre ellos, ajeno al significado del alambre de espino y las torres de vigilancia, las lápidas y las flores… El Danubio es testigo mudo. Seguimos su curso, aunque nos intimida su anchura. La desmesura de la abadía de Melk da paso al amable paisaje de la Wachau, colmada de viñedos, coronada de castillos. Enfilamos Viena. Desde la ventana de nuestro apartamento en Ortliebgasse se ve un enorme panel publicitario.

Sexto día. En unas paradas de tranvía estamos en el centro, un par de calles más, Michaelerplatz, el Hofburg. Las trompetas atruenan, el águila extiende sus alas, los carruajes traquetean sobre los adoquines. Estamos en el centro del Imperio, la cuna de los Habsburgo. Un patio tras otro, todo es enorme, colosal, formidable. El águila nos sobrevuela hasta la Stephansdom, la gótica catedral de San Esteban; se detiene en su tejado, nos mira de reojo. Devoro un Wienerschnitzel, un escalope vienés: es gigantesco, apenas cabe en el plato. Seguimos nuestra caminata, el sol nos castiga; el Burggarten aparece ante nosotros como un oasis. Tumbado en la hierba, con los pies metidos en el agua, siento que he empequeñecido. El Danubio también: pasa por Viena triste, cabizbajo, como a quien el que debiera ser el amor de su vida rechaza sin contemplaciones. En el Rathaus centenares de sillas instaladas ante una pantalla gigante esperan a los espectadores de algún concierto.

Séptimo día. Las pisadas de Sissi nos conducen al Schloss Schonbrunn, que se levanta elegante, amarillo pastel, al sur de Viena. Una pareja de novios de rasgos orientales se hacen fotografías al pie de las escaleras. Confundidos por la mezcla de historia, mito y ficción hollywoodiense, recorremos las fastuosas estancias palaciegas. Tras las recargadas salas, los delicados jardines relajan la vista. Al fondo, la Glorieta ondea como una bandera. Por la tarde, el maravilloso Musikverein abre sus puertas para nosotros: las armonías de Mozart nos seducen. Despedimos la noche en un café, con el dulce sabor del apple struddle, servido por un amable camarero bosnio que chapurrea español. Águila e imperio, cisne y vals, Viena, como la mujer de Lot, es una estatua de sal que mira hacia el pasado.

Octavo día. Tras nuestra infidelidad austríaca, Chequia nos recibe tímidamente en Znojmo, Moravia, sin ostentaciones, como una novia desconfiada tras una decepción amorosa. Pero después, en Telc, nos perdona, nos abraza, nos besa. Bajo el amparo de los soportales, refrescados por la penúltima cerveza, contemplamos el maravilloso conjunto de casitas multicolores, renacentistas y barrocas, apoyadas unas en otras como temblorosas ancianitas en una excursión dominical. Después Trebic nos muestra su desconocido Barrio judío, tan auténtico y encantador como maltrecho y desconocido; en el cementerio las lápidas se desparraman por la ladera. Brno es la parada final. No hay tiempo sino para un breve paseo y una opípara cena. Ahora sí es la última cerveza. Nuestra amable anfitriona de la pensión Pohoda nos regala sonrisas infinitas.


Noveno día. Apenas nos hemos ido y ya siento nostalgia...

1. Interesante el reportaje de Informe Semanal aparecido esta semana sobre la Primavera de Praga. Un tanto simplista quizá, pero interesante.

Las puertas de Candelario: recorrido por la provincia de Salamanca

Las puertas de Candelario: recorrido por la provincia de Salamanca

Puente de Mayo. En lugar de ir a alguna manifestación sindicalista por el Día del Trabajo, optamos por un viaje por la provincia de Salamanca. El cuartel general fue la preciosa Alberca, donde ya habíamos estado hace un par de años. Esta vez, con guías nativos -Sofía e Isi-, recorremos las delicias salmantinas. Lo mejor, además de la Alberca, el precioso pueblo de Candelario. Pero todos los sitios (incluidos los "de comer") fueron inolvidables. Unas minivacaciones excitantes... Las fotos las podéis ver AQUÍ.

Buçaco y Coímbra

En Semana Santa quisimos hacer una pequeña escapada a nuestro querido Portugal, a la zona central que serpentea el Mondego y que domina la histórica ciudad de Coímbra. Nos alojamos en Luso, en un pequeño y elegante hotelito, seguramente en otros tiempos la villa de vacaciones de alguna familia adinerada...

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Las imágenes de este miniviaje, aquí.

Coímbra. Los comercios y terrazas de la Baixa, entre el Largo de Portagem y la Praça 8 de Maio, nos hablan de una Coímbra moderna, que se gusta. La cercana Quinta das Lágrimas, cerca de las riberas del Mondego, nos habla también de esa Coímbra fastuosa. Pero hacia la Coímbra Alta parece de alguna manera un fantasma de lo que en su día debió de ser. Seis reyes portugueses nacieron aquí. Sin embargo, hoy, la decadencia se palpa en sus empinadas calles adoquinadas, en sus deteriorados arcos medievales, en sus fachadas abandonadas, llenas de carteles y pintadas comunistas, socialistas, feministas, anarquistas... Como una acrópolis griega, en lo alto de la colina se levanta la Universidad, una de las más antiguas de Europa, que sigue siendo el referente de la intelectualidad y la cultura portuguesa. 

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Buçaco, a unos kilómetros al norte, es el contrapunto ideal a Coímbra. Con bosques magníficos, es un lugar perfecto para relajarse y contemplar la maravilla de palacio, el último gran vestigio de los reyes portugueses, un delirio de estilo manuelino.

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Italia, de Venecia a Roma

La primera vez que pisé Italia fue un poco de casualidad. Tras visitar Berlín y Munich, un incómodo tren nocturno me dejó en la mastodóntica stazione centrale de Milán, una ciudad que me pareció enorme y poco acogedora. Sola la soberbia catedral -Duomo- ponía una nota de profunda belleza. Y después, aeropuerto y avión de regreso a España. Pero Milán no era desde luego la imagen de la Italia más imprescindible. Por ello, aprovechando los días del Entroido de 2008, mi mujer y yo nos fuimos a Italia para recorrer su mitad norte: desde el Véneto hasta el Lazio, de Venecia a Roma. Aquí está el reportaje fotográfico íntegro: Venecia-Ferrara-Bolonia-Florencia por un lado, y San Gimignano-Volterra-Siena-Roma por otro lado. Y éste es el relato de este viaje.

DÍA 1: Tras un viaje casi digno del mismísimo Ulises, por fin tomamos tierra en el aeropuerto Marco Polo. Hemos dormido en una sala de embarque del Prat y hemos sobrevolado dubitativamente el Véneto una y otra vez a causa de la niebla. La niebla inunda la Laguna, y envuelve de una manera mágica la ciudad, que comenzamos a vislumbrar desde el vaporetto. Finalmente llegamos; nuestro alojamiento está en un callejón, apenas a unos cien metros de la Piazza San Marco. La Piazza es bellísima, casi irreal. Nos asombra Il Duomo bizantino, el Palazzo Ducale gótico. Todo está invadido por las palomas y por personajes ataviados con fascinantes trajes de época, ocultos sus rostros con maravillosas máscaras. Es que es carnaval, no, Carnavale. Bienvenidos a Venecia.

Recorremos el sestriere de San Marco. Los primeros spaguetti. Los caramelitos de cristal de Murano. Las primeras góndolas. El paisaje de los canales nos embriaga. Todos los tópicos de Venecia se nos han aparecido ya; pero nada nos decepciona: es una ciudad preciosa. El bellísimo puente de Rialto pone un poco de concierto en el remolino de canales y callejuelas: es el punto de referencia de la ciudad. La tentación de tomarse un capuccino a sus pies es demasiado grande. El precio es caro, pero el espectáculo grandioso del Gran Canal lo compensa. Los vaporettos avanzan pesadamente mientras, más ligeros, pero con enérgicos golpes de remo, los gondolieri deslizan sus elegantes embarcaciones.

De regreso a San Marco, y tras presenciar los carnavalescos juegos de luces proyectados sobre el Campanile, vamos a descansar un rato. "Solo una pequeña siestecilla", decimos, ya que apenas son las siete de la tarde. Nos despertamos a las ocho de la mañana del día siguiente...

DÍA 2: Sin remordimientos, reiniciamos nuestra andadura por la ciudad de los canales. Cae una fina lluvia. Las estrechas calles principales enseguida se llenan de paseantes, pero basta una finta inesperada a la multitud para encontrarte solo en un callejón asomado a un delgado canal. Es entonces cuando percibes más precisamente la magia del agua meciendo los vetustos edificios.

Cruzamos el Puente de l’Accademia. En la bruma aparece la silueta de Santa Maria della Salute.

Mientras recorremos los rincones del Dorsoduro, algunos gondolieri nos invitan a subir a sus barcas haciendo aspavientos con su sombrero de paja.

También nos topamos con un barco-basura; en Venecia todo es inesperado. Subimos hacia Campo San Polo para cruzar Rialto una vez más.

Ya llega el momento de irse. Nos espera un coche de alquiler, en Piazzale Roma. Tomamos un vaporetto desde San Marco: es como mejor se ven los magníficos palazzos renacentistas que asoman a sus orillas. Un bocata rápido. Ciao, Venezia.

Nos ponemos en carretera. Pasamos de largo Padova y nos detenemos en Ferrara. Reciente en nuestra retina el escenario veneciano, la villa de los Este palidece un poco, aunque son magníficos sus palazzos y su enorme fortaleza.

La autopista A-13 nos conduce a Bolonia. Es el crepúsculo. La estatua de Neptuno preside la notte bolognesa. El paseo nocturno por la ciudad vieja es tan excitante como inesperadas las sensaciones que nos despierta.

DÍA 3: Es la mañana del tercer día cuando llegamos a Florencia. Igual que la resurrección de Cristo. De algún modo, nosotros también resucitamos: la serena y armoniosa belleza de la ciudad del Renacimiento por antonomasia nos hechiza. Santa Croce como aperitivo, con su piazza rectangular, su iglesia, sus edificios de graciosos arbotantes.

Luego, el Palazzo Vechio y sus frescos y las redondas estatuas que salpican su entorno, y, después el mítico Ponte Vechio, con sus graciosas casitas de colores -ostentosas joyerías- asomándose al río Arno, desafiando la ley de la gravedad.  

En una escondida trattoria nos zampamos unas pizzas gloriosas. Y al fin, nos quedamos sin palabras: il duomo, pedrería de mármol turquesa y rosa, cien mil escaleras, la cúpula de Brunelleschi, el síndrome de Stendhal. No entiendes cómo has podido vivir hasta ahora sin verlo...

El día se consume, por la noche regresamos al centro storico para ver si todo seguía en su sitio, si no había sido todo un dulce sueño...

 

DÍA 4: Cambiamos los sólidos muros florentinos por el aire fresco de la ondulada campiña toscana. A mi compañera le decepcionan un poco los apagados colores de febrero, comparados con el resplandor primaveral de una película holliwoodiense. Pero la Toscana es en cualquier época del año es digna de admiración, el bucólico locus amoenus de los poetas renacentistas italianos.

La carretera atraviesa onduladas colinas, salpicadas de bucólicas villas punteadas de cipreses. San Gimignano es nuestra primera parada, un increíble pueblo medieval con una decena de torres apuntando al cielo.

Volterra parece una Florencia en miniatura, con su Duomo, su baptisterio, su palazzo municipal, en el centro de una red de callejuelas. Comemos unos riquísimos spaguetti antes de pasar bajo la puerta etrusca, un arco impresionante que data de épocas remotas; lo tocamos con reverencia antes de continuar viaje hacia Siena.

Llegamos a Siena al atardecer. La otra joya de la Toscana, fundada por los hijos de Remo, parece empequeñecida por Florencia, pero nos parece una ciudad más viva, más completa. Su Duomo, por ejemplo, poco tiene que envidiar al florentino...

Y la plaza de Il Campo, en forma de abanico, es ciertamente espectacular. Nos tomamos un expresso mientras la luz del crepúsculo tiñe la ciudad de un azul melancólico...

Nos retiramos en un fantástico hotel, a las afueras de Siena. Un relajante bañito en la piscina es la guinda a un día precioso.

DÍA 5. Desde la autopista vemos los paisajes de Toscana, de Umbría, y finalmente, de Lazio. La ciudad eterna nos espera, la última etapa de nuestro viaje. El día es azulísimo. Nos recibe la chica nórdica que nos alquila su apartamento de la Via dei Capuccini. Empezamos nuestra visita por la Piazza Spagna, cuyas escaleras acogen decenas de pintorescos personajes. Luego descendemos por Vía Frattina hasta Vía del Corso, la arteria principal de la Roma vieja, llena de vetustos y encantadores edificios. Las motos inundan la calzada.

Tras el mastodóntico monumento a Garibaldi, en Piazza Venezia, por fin nos encontramos con los vestigios de la época clásica. Primero, con el Foro Trajano, y luego, al final de la Via del Fori Imperiali, con el Coliseo, una maravilla de la antigüedad. Nos despierta el Coliseo sensaciones opuestas: cada piedra y cada columna que desafía el paso del tiempo nos causa asombro, pero la imaginación de los horrores que allí se presenciaron nos causa pesadumbre.

Desandamos camino, y las piernas ya flaquean. Hacia el oeste de la ciudad, la Piazza Navona es el oasis en el que descansar. Contemplar, mientras anochece, a los músicos ambulantes, a los pintores, a los paseantes, desde la mesita de un café es toda una experiencia.

A poca distancia, llegamos hasta el río Tíber; las luces de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, brillan al fondo.

 De regreso a nuestro apartamento, todavía pasamos por dos encantadoras piazzas, entre la maraña de callejuelas del casco viejo: la piazza de Rotonda, con el Panteón, y la maravillosa Fontana de Trevi, que de noche parece salida de un cuento de hadas. De espalda, lanzamos una moneda a la fuente. Le compramos a un vendedor ambulante un minitrípode...

Hacemos unas últimas y necesarias compras en un súper. Audrey Hepburn se nos aparece; no es un fantasma, es un enorme póster de Vacaciones en Roma...

DÍA 6. Vistos los principales sitios de interés, vagabundeamos por aquí y allá. Vemos el Palazzo de la Republica, pero decididamente, nos gusta más el puzzle barroco del centro de la ciudad. Una tienda de Pinoccio, viejos carteles publicitarios de Vespa, la casa de Ariosto... Nos despedimos; la eternidad de Roma quizá todavía nos llame en otra próxima ocasión...