Acción de Gracias
Hoy, último jueves de noviembre, se celebra el Día de Acción de Gracias, la fiesta más celebrada con diferencia en Estados Unidos. Es un evento con una larga historia, que tiene que ver, llegado el tiempo de la cosecha, con la gratitud por los bienes recibidos de la tierra (ahora, con los invernaderos y la globalización, los conceptos de "siembra" y "siega" o "cosecha" son relativos). Aquí en Galicia, el Thanksgiving (el nombre en inglés) sería justo después de los magostos, tras la apoteosis castañil que llena (llenaba, mejor dicho, luego llegó la patata) las despensas de los fogares galegos.
Se dice que la primera fiesta de Acción de Gracias tuvo lugar en Boston, en 1623. En 1620, el Mayflower había desembarcado a 102 pilgrims (’peregrinos’), cristianos disconformes con el anglicanismo oficial y que "habían sido invitados" a irse de Inglaterra por el gobierno de su Graciosa Majestad. Fueron estos los primeros colonos ingleses, que con el tiempo habrían de fundar los Estados Unidos de América. Aunque con el tiempo vendrían los episodios oscuros de todo proceso colonial, parece ser que durante muchas décadas hubo un clima de cooperación entre los autóctonos y los recién llegados, que celebraron su buena estrella con una fiesta colectiva que además de oraciones de gratitud a Dios, incluía una cena a base de judías y otras verduras, arándanos y frutos secos, pastel de calabaza y, por supuesto, pavo.
A la hora en que estoy escribiendo este artículo, millones de pavos están listos para ser metidos en el horno: la cena de Acción de Gracias se ha convertido en una tradición nacional que sigue reuniendo hoy a las familias norteamericanas con el mismo espíritu de agradecimiento de antaño. A mí me parece una tradición muy sana. Pero independientemente de lo que podamos opinar sobre esta costumbre, hoy puede ser un buen momento para detenerse a pensar en lo que tenemos, y no para obsesionarnos con aquello de lo que carecemos. Es la base de la filosofía estoica. Basta de enredarnos en espirales de amargura, de ansiedad, de cinismo, venían a decir los estoicos. Llega la hora de agradecer, y no de quejarse. Llega la hora de empezar a disfrutar de las cosas sencillas, a apreciar las cosas buenas que nos rodean, a aceptar las dificultades, a vivir serenamente, en paz, lejos del mundanal ruido de los anuncios publicitarios y los caprichos que solo satisfacen por un tiempo. Creo que es a esto a lo que se refería Horacio con su carpe diem: aprovecha el día, no te afanes por el futuro, deja de ser esclavo del pasado. Amén.
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