"Nochebuena de 1836", de Mariano José de Larra
Nació en medio de una guerra. Su familia se exilió, acusada de traición. Regresó para convertirse en el más famoso periodista de su país. Se enamoró de una mujer que más tarde resultaría ser la amante de su padre. Vivió un matrimonio infeliz. Fue elegido diputado pero nunca ejerció como político. Tuvo un fracasado romance adúltero. Se suicidó a los 28 años. Su entierro estuvo rodeado de polémica. No, no es ningún personaje de ficción de una telenovela, son partes sobresalientes del periplo vital de Mariano José de Larra (1809-1837), uno de los más grandes escritores españoles de la historia.
Como en el caso de Garcilaso de la Vega (¿38? años) o Gustavo Adolfo Bécquer (34 años), nadie sabe cuál hubiese sido la trascendencia de su herencia literaria si hubiese vivido una vida más larga. Fue poeta, novelista (El doncel de Don Enrique el Valiente) y dramaturgo (Macías), pero destacó como periodista y articulista, muchas veces escondido bajo el seudónimo de "Fígaro". Sus artículos, ácidos unas veces, satíricos otras, reflejan una personalidad sensible y pesimista. Apasionado, idealista, incapaz de soportar la mediocridad de sus semejantes, no pudo -como buen romántico- resistir la abismal lejanía entre lo que deseaba y lo que en realidad vivía. El estilo claro y sencillo, a la vez que rico y vigoroso, de su prosa, constituye un hito histórico de las letras españolas, un ejemplo a seguir para las siguientes generaciones de prosistas en lengua castellana.
Entre sus artículos merecen especial atención Vuelva usted mañana, El castellano viejo, El casarse pronto y mal, Un reo de muerte, El día de difuntos de 1836, En este país, La educación de entonces... Todos son brillantes, todos tratan problemáticas que en muchos casos los hace -curiosamente- muy actuales. He escogido solo unos párrafos de Nochebuena de 1836, aprovechando que estamos en fechas navideñas, donde critica lo irreflexivo e hipócrita de las celebraciones navideñas...
¿Qué es un aniversario? Acaso un error de fecha. Si no se hubiera compartido el año en trescientos sesenta y cinco días, ¿qué sería de nuestro aniversario? Pero al pueblo le han dicho: «Hoy es un aniversario», y el pueblo ha respondido: «Pues si es un aniversario, comamos, y comamos doble». ¿Por qué come hoy más que ayer? O ayer pasó hambre u hoy pasará indigestión. Miserable humanidad, destinada siempre a quedarse más acá o ir más allá.
Hace mil ochocientos treinta y seis años nació el Redentor del mundo; nació el que no reconoce principio y el que no reconoce el fin: nació para morir. ¡Sublime misterio! ¿Hay misterio que celebrar’? “Pues comamos”, dice el hombre; no dice: “Reflexionemos.” El vientre es el encargado de cumplir con las grandes solemnidades. El hombre tiene que recurrir a la materia para pagar las deudas del espíritu. ¡Argumento terrible en favor del alma.
Para ir desde mi casa al teatro es preciso pasar por la plaza tan indispensablemente como es preciso pasar por el dolor para ir desde la cuna al sepulcro. Montones de comestibles acumulados, risa y algazara, compra y venta, sobras por todas partes y alegría. No pudo menos de ocurrirme la idea de Bilbao: figuróseme ver de pronto que se alzaba por entre las montañas de víveres una frente altísima y extenuada; una mano seca y roída llevaba a una boca cárdena, y negra de morder cartuchos, un manojo de laurel sangriento. Y aquella boca no hablaba. Pero el rostro entero se dirigía a los bulliciosos liberales de Madrid, que traficaban. Era horrible el contraste de la fisonomía escuálida y de los rostros alegres. Era la reconvención y la culpa, aquélla agria y severa, ésta indiferente y descarada.
Todos aquellos víveres han sido aquí traídos de distintas provincias para la colación cristiana de una capital. En una cena de ayuno se come una ciudad a las demás.
¡Las cinco! Hora del teatro: el telón se levanta a la vista de un pueblo palpitante y bullicioso. Dos comedias de circunstancias, o yo estoy loco. Una representación en que los hombres son mujeres y las mujeres hombres. He aquí nuestra época y nuestras costumbres. Los hombres ya no saben sino hablar como las mujeres, en congresos y en corrillos. Y las mujeres son hombres, ellas son las únicas que conquistan. Segunda comedia: un novio que no ve el logro de su esperanza; ese novio es el pueblo español: no se casa con un solo Gobierno con quien no tenga que reñir al día siguiente. Es el matrimonio repetido al infinito.
Pero las orgías llaman a los ciudadanos. Ciérranse las puertas, ábrense las cocinas. Dos horas, tres horas, y yo rondo de calle en calle a merced de mis pensamientos. La luz que ilumina los banquetes viene a herir mis ojos por las rendijas de los balcones; el ruido de los panderos y de la bacanal que estremece los pisos y las vidrieras se abre paso hasta mis sentidos y entra en ellos como cuña a mano, rompiendo y desbaratando.
Mariano José de Larra, "Nochebuena de 1836". Artículo publicado en "El redactor general" el 26 de diciembre de 1836.
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Serafín -