Blogia
ISRAelPROFEDELENGUA

Mi abuelo (también) fue picador, allá en la mina...

.

De nombre contundente, sonoro, la aldea de Muñón Cimero parece un refugio eglógico. La villa de Lena, de color ladrillo, se extiende abajo, a orillas del río, en el fondo de un valle apretado por unas colinas verdes y empinadas. Arriba, paseando por los praderíos, parece que uno debiera hacer equilibrios para no caer rodando, pendiente abajo. Exactamento eso es lo que parece que hacen los compactos bosquecillos que se columpian en las laderas. Todo invita a la paz. La pequeña aldea no es más que una docena de casas de piedra, unos geranios en las ventanas, un hórreo destartalado, una vaca. Unos pocos cientos de metros al norte, tras las curvas de una carretera en mal estado, unas instalaciones industriales y una loma gris ceniza rompen la armonía del paisaje. Más de cerca, un enorme agujero se abre en la tierra: es una antigua mina de mercurio, la mina de Soterraña.

La mina de Soterraña tiene su historia. Abrió en 1844. El cinabrio que el pozo Eugenia guardaba en sus entrañas era muy rico en mercurio. La Asturian Mining Company abandonó al poco tiempo la explotación debido a las dificultades que representaba la presencia de arsénico en las rocas del mineral. En 1879 otra empresa, Fábrica de Mieres, se hizo cargo. Y casi cien años más tarde, en 1973, la explotación cesó por falta de rentabilidad. Entre medias, la mina resultó ser la antesala de una morgue: cientos de trabajadores que respiraron -día sí, día también- el polvillo tóxico del interior de las galerías, murieron por lo que entonces se conocía como "mal de la mina".

No sé exactamente cuando mi abuelo empezó a trabajar en Soterraña. Marchó desde una aldea ourensana que vigilaba el Miño, a finales de los años 40, rumbo a las oportunidades de la cuenca minera asturiana. Primero, a una mina de carbón en Moreda (Aller), luego a la de mercurio de Soterraña. Poco antes de cerrar definitivamente la mina, sus bronquios no soportaron más aquel agujero irrespirable. Murió pocos años más tarde, en 1975, en una lenta agonía. Yo solo era un bebé, y por tanto ningún recuerdo guardo de él. Pero ser consciente de estos acontecimientos, visitar Soterraña, es como estudiar mi prehistoria.

Por cierto que, según he leído, Soterraña sigue sangrando mercurio, envenenando el paisaje: "deterioro de la calidad de las aguas subterráneas, contaminación de suelos, pérdida parcial de la cubierta vegetal, degradación de la biodiversidad, acumulación de estériles en escombreras con mercurio y arsénico..." Por si fuera poco el último aliento que en aquellas galerías dejaron cientos de mineros.

Nada mejor que la canción que Víctor Manuel dedica a su abuelo para despedir este artículo. El de Víctor Manuel se llamaba Víctor. El mío, ese que nunca conocí, se llamaba José.

EL ABUELO VÍCTOR…

Sentado en el quicio de la puerta,
el pitillo apagado entre los labios,
con la boina calada y en la mano
una vara nerviosa de avellano
¿Qué recuerda su frente, limpia y clara?
Quizá la primavera deshojada,
el olor de la pólvora mojada,
o el sabor del carbón mientras picaba...

El abuelo fue picador allá en la mina,
y arrancando negro carbón quemó su vida.

Se ha sentado el abuelo en la escalera
a esperar el tibio sol de madrugada;
la mirada clavada en la montaña,
es su amiga más fiel, nunca le engaña.
Temblorosa la mano va al bolsillo
rebuscando el tabaco y su librito
y al final, como siempre, murmurando
que María le esconde su tabaco...

El abuelo fue picador allá en la mina
y arrancando negro carbón quemó su vida.


 

2 comentarios

israelprofedelengua -

Jajaj, mi estilo empalagoso se va corrigiendo :-D

Juanjo -

Muy bueno. Aquí sí cabe lo de entrañable.