Clásicos adaptados, sí, pero con sentidiño...
Foto de Javier Volcán, en www.flickr.com.
Reconozco que siempre me había parecido una buena idea poner al alcance de nuestros alumnos y, en general, de los más pequeños, los grandes clásicos universales de la literatura. Una buena manera de poner al alcance de su mano los grandes personajes y las grandes historias, a las que, por edad y capacidad lectora, no están en condiciones de acercarse. Yo mismo recuerdo que el primer Quijote que mi padre puso en mis manos era una deliciosa versión en cómic que releí en varias ocasiones. Recuerdo también con claridad la colorida portada de Moby Dick, que me enseñó qué era de verdad la Obsesión con mayúsculas. Me cuesta más decir si una vieja colección de libros de tomos amarillentos con una ilustración cada cuatro páginas eran también clásicos adaptados. Ahí conocí las necesidades del Lazarillo y la psicosis del Licenciado Vidriera, ahí celebré las gamberradas de Tom Sawyer... (diablos, ¿dónde estarán esos libros?). Quizá estos primeros pasos en la literatura clásica fueron los que me guiaron hacia adelante: creo que no tendría más de 15 años cuando me ventilé la versión "sin cortes" de El conde de Montecristo o El nombre de la rosa. Incluso Los hermanos Karamazov (ésta me costó más...).
Una breve encuesta a mis grupos de ESO me revela que han perdido de vista a los grandes personajes de la ficción literaria; de hecho, no tienen ni idea de quiénes son la mayor parte de estos grandes héroes que han cautivado a tantas generaciones de lectores. ¿Por qué no somos capaces de guiar la curiosidad natural del niño hacia esas grandes historias, esos ejemplos de comportamiento humano? En casa no es que ya entren pocos libros, y ni siquiera el periódico, que se lee (si se lee) en el bar o en Internet, sino que incluso se ha arrinconado a Caperucita. Es más cómodo poner un DVD de Pocoyó que leerles un cuento antes de acostarse. En clase los profesores de lengua sometemos a la dictadura de la gramática nuestras clases. Y en la calle... la escala del éxito se mide por cuestiones ajenas al mundo de la palabra escrita. Victoria Beckam o Melendi (este medio en broma, medio en serio; la otra en serio, en serio) reconocieron sin rubor que no habían leído un libro en su vida...
En fin, que tenía más o menos claro que las adaptaciones tienen un papel importante en la adquisición del hábito lector. Pero las matizaciones de una "Carta al director" en El País, con el título "Esto no es literatura", a colación de su coleccionable "Mis primeros clásicos", me han hecho pensar que, efectivamente, no se les puede tomar el pelo a los niños, que las adaptaciones no deben hacerse siempre y de cualquier manera. Os la leo y con ella me despido por hoy...
Promocionar la lectura entre el público infantil da prestigio. Acercar hasta los niños obras literarias que no les corresponde leer por edad, parece que también. No importa si en el camino se pierde lo esencial de la literatura, que no es la peripecia, sino, la palabra literaria, no “el qué” se cuenta, sino “el cómo”, que resulta ser el meollo de la literatura.
Por el mismo precio de la simplificación literaria obtenemos también una aberración en la ilustración. Si parece imprescindible que para que un libro infantil sea tal debe llevar dibujitos, ahí van, acompañando al resumen. Sin ningún fin estético, sin ningún afán de belleza, se entrega a los niños un conjunto de ilustraciones estereotipadas, tópicas y casposas; pero, eso sí, en un formato de libro y bajo el epígrafe de “mis primeros clásicos” que resulta incuestionable.
No es ésta la lectura que deseamos para los más pequeños. No vale ofrecer cualquier cosa por el mero hecho de tener un precio bajo, venderse en quioscos e ir dirigido a los niños. Hay en las librerías, que es el lugar natural donde adquirir los libros, obras de autores españoles y extranjeros escritas para niños, de una calidad literaria objetiva. Existen magníficos ilustradores que ofrecen en sus libros propuestas plásticas que permiten a los niños entrar en contacto con el arte y la creación estética, y no con la simplificación de los contenidos, que aquí se nos propone, que raya lo indigno.
Un periódico como El País no debe difundir, en nuestra opinión, esta seudoliteratura bajo el objetivo de acercar la gran literatura adulta a los niños. No vale el envoltorio para que el texto y la ilustración estén en condiciones de formar parte de sus estanterías. Precisamente porque serán sus primeros libros, precisamente porque estamos educando futuros ciudadanos lectores no se les puede engañar y ofrecer este producto carente de lo que constituye la esencia de las obras de arte: la búsqueda de un lenguaje estético y un afán por comunicar emoción y verdad.
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