Eire, Irlanda, la tierra fértil
Eire, o Irlanda, es fértil por su intenso verdor, pero también porque el viajero se siente más crecido tras ver sus inolvidable paisaje natural y humano. Los cinco intensos días que hemos pasado allí dieron para mucho, pero han resultado más un aperitivo, porque la Isla esmeralda es uno de esos lugares inagotables a los que siempre querré regresar, para visitar lo que no he visto, y para volver a disfrutar lo ya vivido. Irlanda... Irlanda es una sucesión de lienzos impresionistas, con maravillas naturales a veces salvajes, a veces bucólicas, con románticas ruinas de castillos y abadías, que termina invariablemente en un oscuro rincón de un pub, paladeando una Guinnes mientras se escucha a algún lugareño cantar o tocar música tradicional... Ha sido una gozada, y lo recomiendo a todo el mundo.
A continuación podéis leer el habitual cuaderno de viaje. El reportaje fotográfico íntegro podéis verlo desde aquí.
DIARIO DE VIAJE
DÍA 1. Vigo-Madrid-Dublín. Son las dos de la tarde del 20 de febrero, cuando llegamos al aeropuerto de la capital de Irlanda. Esta vez es Pereira, nuestro acompañante en esta pequeña aventura, quien se sienta al volante del coche. Así que a mí esta vez me toca disfrutar a tiempo completo el paisaje, y agradecido, que no debe resultar nada fácil conducir por la izquierda... La M4 que sale hacia el oeste se acaba pronto, y la N6 dirección Galway nos lleva cerca de nuestra primera parada, Clonmacnoise, un increíble monasterio medieval en ruinas que nos pone los pelos de punta. Pasear entre el bosque de cruces celtas es como realizar un misterioso viaje en el tiempo, un regreso a las brumas de la memoria de Irlanda.
Perseguimos el sol que se acuesta en el horizonte, y es noche cerrada cuando nos perdemos por las calles de Galway hasta encontrar nuestro B&B, en un hermoso edifico de estilo victoriano. El núcleo de la ciudad es un amable galimatías de pubs y restaurantes: nuestra primera Guinnes sabe a gloria.
DÍA 2. La N67 rodea la bahía de Galway y sigue la línea de la costa hacia el sur. Un evocador castillo, un rebaño de ovejas copando la calzada...
El pedregoso y desértico Burren se intuye, a nuestra mano izquierda, pero seguimos hasta llegar a los imponentes acantilados de Moher, frente a las islas Arán.
Cogemos un ferry para ahorrarnos rodear la profunda ría de Shannon y seguimos hasta la península de Dingle, una cuchillada en el Atlántico [¡mirad esta foto en la wikipedia, por favor!]. La panorámica de las deshabitadas islas Blasket desde el cabo es soberbia. Avanzamos a través de las estrechas y sinuosas carreteras del oeste de Irlanda, tan estrechas y sinuosas que nos cruzamos con más de un coche con el espejo retrovisor "tocado"... Pero tan bellas, tan bucólicas... Que se queden así para siempre, quizá si las carreteras fuesen más anchas y con menos curvas, desaparecería el maravilloso encanto de los parajes que atraviesan...
En estos impresionantes lugares, azotados por el viento, inmunes al paso del tiempo, se esconde una pequeña maravilla arquitectónica, el Gallarus Oratory..
Cenamos en un pub en el pueblecito de Dingle. Carteles en gaélico. Pero todavía hemos de llegar hasta el Best Westwern Hotel de Killarney. El pueblo resulta ser un colorido tiovivo de tiendas y bares; el irish coffe en el Courtney’s es perfecto para acabar una jornada intensa.
DÍA 3. Killarney es la puerta de un precioso parque nacional, con lagos, montañas, castillos y abadías.
Pasamos la mañana admirando estas maravillas, para tomar después la carretera de Cork. Nuestro anfitrión del B&B nos ofrece una meriendita a base de té y galletitas. Cork nos parece una ciudad sin demasiadas ostentaciones, exceptuando dos enormes edificios separados entre sí unos cientos de metros: la catedral y la fábrica de cerveza. En el fabuloso An Spailpin Fanac (abierto desde el siglo XVIII ni más ni menos) nos tomamos una pinta al tiempo que unos lugareños cantan y tocan la guitarra de la manera más natural. Me compro la camiseta que venden de recuerdo. La velada es inolvidable.
DÍA 4. De Cork a Dublín nos detenemos en la impresionante Rock of Cashel. Fue aquí donde San Patricio -el patrón de la Isla- convirtió al rey de Munster, en el siglo V. Fue aquí donde llegó el inglés Cromwell a mediados del siglo XVII para dejar muertos y ruinas tras de sí. Pura historia irlandesa. Nos sentimos pequeñitos ante semejante escenario.
Otro evocador castillo en ruinas apenas a un kilómetro. Irlanda, romanticismo absoluto.
Nuestra siguiente parada camino de Dublín es Kilkenny. Nos tomamos un café en un bonito bar con las paredes interiores llenas de rótulos y carteles antiguos. Kilkenny es encantador, aunque apenas son dos calles por las que pasear, que unen en los extremos un castillo y una bonita iglesia con la típica gran torre circular.
Llegamos a Dublín, completando el irregular círculo que ha descrito nuestro viaje. El apartamento, a un paso del James Joyce’s bridge, está decorado con fotos de Audrey Hepburn. Dublín no destaca por su monumentalidad, pero es una ciudad joven y dinámica. Sus edificios de ladrillo, con algún detalle modernista, sus iglesias... pero son los pubs de la zona del Temple los protagonistas del ambiente dublinés. Cae la noche y el Gogarty se ilumina como un castillo de fiegos artificiales. Elegimos el Temple Bar para bajarnos la penúltima pinta; la última es en un pub con licencia para vender bebidas desde la Edad Media...
DÍA 5. Seguimos conciendo Dublín, la parte central y oriental de la ciudad, más allá del Temple.
La impresionante biblioteca del Trinity College alberga un magnífico tesoro filolófico: el Libro de Kells.
Subimos por la calle Grafton para conocer a Molly Malone, pero hay mil y un comercios, tiendas de souvenirs, puestos de flores...
A mediodía decidimos dejar la ciudad para visitar el otro de los grandes conjuntos monásticos irlandeses, Glendalough, creado por San Kevin en el siglo VI, aunque la mayoría de sus edificios son bajomedievales. El lugar es precioso, digno del retiro de cualquiera, aunque no sea santo... Un pintor trata de plasmar en su lienzo la belleza del entorno, y eso que aún no ha llegado la primavera...
Hacemos el regreso a Dublín por la R115, que nos regala unas vistas impresionantes. Por estos parajes se grabó Braveheart...
Los días son breves aquí en invierno, pero en Irlanda eso no es demasiado problema, porque cualquier irish pub ofrece su hospitalidad. Esta vez bebemos las pintas de rigor en el Ryan's, otro antiquísimo establecimiento en el que televisan un partido de la Champion's.
DÍA 6. Nuestras últimas horas en Dublín las dedicamos a callejear un poquito, y visitar la manzana más georgiana de la ciudad, con sus típicas y elegantes puertas.
Un último café en el Duke. Good bye, Ireland!
2 comentarios
profedelengua -
Lo peor, las carreteras, las distancias se hacen demasiado largas, pero claro, probablemente el encanto reside precisamente en lo aislado que están muchos sitios. ¡Casi es mejor así!
Desde luego, es uno de los países más auténticos que he visitado. ¡Hasta dan ganas de aprender gaélico!
Ahora os toca a vosotros, ¿no? La dolce Toscana os espera...
akritas -
Un cordial saludo.