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ISRAelPROFEDELENGUA

Traducción inconclusa

Pintura de María José Daffunchio

Grégori Gregórevich Sóbolev todavía conservaba un porte distinguido, pero el tiempo, implacable, había dejado sus marcas. Hacía mucho tiempo de Cuba, de la Revolución. Encorvado y encanecido, Grégori Gregórevich era un mal plagio de aquel joven traductor, alto, rubio, apolíneo, que iluminaba el Malecón de La Habana con sus largas zancadas.

Cuando se acabaron las palabras que traducir, regresó a la Unión Soviética, a un confortable puesto de profesor titular en la Universidad Lingúística de Minsk. Lóshad, caballo, le llamaban maliciosos sus alumnos, pero era verdad que los años le habían dejado un aire de jamelgo arrocinantado. Fumaba cigarrillos ásperos, con un filtro de cartón que arrugaba con sus dedos afilados. Respiraba el humo con nervio, como si en alguna de las bocanadas esperase revivir el sabor salado de la brisa del Caribe.

Coincidía con él en los baños del cuarto piso, el único lugar del edificio en el que estaba permitido fumar. "¿Cigarrillos americanos?", señalaba mis manos, y ladeaba la cabeza con disgusto. Un día me preguntó: "¿Qué significa exactamente la palabra logística?". Yo traté de complacerle, sin resultado. Buscaba una palabra rusa que la tradujese de manera limpia, un giro perifrástico quizá, pero ninguna solución le satisfacía: organización, gestión, administración... Logística... Volvió a insistir unas cuantas veces más: más preguntas, más cigarros, más respuestas insatisfactorias.

Comenzó a ausentarse poco a poco del ritual; las pocas veces que le veía, le notaba más circunspecto, más esquivo. A través del humo y los ventanales, su mirada volaba por encima del horizonte de edificios, hacia los entresijos de la memoria.

Un día me dijeron que había caído enfermo. Solo unas semanas después, el decano recibió una lacónica llamada de teléfono: Grégori Gregórevich Sóbolev había muerto. Al día siguiente, casualidades de la vida, la Academia de la Lengua Rusa publicó su nuevo diccionario. Entre los nuevos vocablos que incorporaba, allí estaba la palabra, логистика, logística, una adaptación burda de un galicismo inaceptable.

Birdboy

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Creo que los alumnos, mayoritariamente de primer ciclo -trece, catorce años-, no lo entendieron demasiado bien... Quizá no fue acertada su elección para el cineclub del Baronceli, pero el corto es espléndido... digno ganador del Goya 2012 al mejor cortometraje de animación. Leyre Pejenaute dice en El País que Birdboy es "un cuento de hadas que pronto degenera en un mundo sórdido y oscuro devastado por la contaminación. La trama, con giros inesperados, y el esplendor visual de los fotogramas sumergen al público en una antítesis de la fábula tradicional plagada de represión, autoritarismo, adicciones, pero no por ello desprovista del amor puro de dos adolescentes desarraigados: un chico - pájaro que no sabe volar y una cándida ratoncita".

A ver si os gusta.

Después del incendio

Nada que añadir a esto. Magníficas fotos.

Allariz (15/03/2012)

Fotos de Román Nóvoa Pérez - www.imaxinarte.es (todos los derechos reservados)

En otras circunstancias

En otras circunstancias

Foto: Sergei Grits (The Associated Press)

Como una cenicienta que temiese las campanadas de medianoche, Katja quiso irse pronto de la fiesta, y Maurizio, tras insistir inútilmente en que se quedase, la acompañó hasta la parada del autobús, frente al parque Gorki. Ya se habían dicho adiós por última vez hacía cinco años, y cinco años después volvían a hacerlo, con el peso triste de saber ambos que esa vez sí sería la despedida definitiva.

La nieve de la noche anterior se había convertido en hielo, y ella, para asegurar el paso, de una manera natural e inofensiva, enroscó su brazó alrededor del de él. Sin embargo, y pese al frío polar, Maurizio sintió que le ardían las mejillas, y que su alma trastabillaba ya por las resbaladizas laderas de los sentimientos escondidos.

Llegaron a la parada del autobús. Sus brazos se desanudaron. Ella compuso la bufanda que se descolgaba rebelde, del cuello de él. "Si te resfrías, me sentiré culpable". El corazón de Maurizio galopaba en una alfombra de estrellas cristalizadas. Katja resumió los cinco años de ausencia mutua. Él buceaba en sus ojos puros y azules, mientras escuchaba. Ella le habló del desengaño de las expectativas, del peso de la reponsabilidad, de la tristeza del paso del tiempo. "Siento que mi vida no es mía". Y él pensó por un momento si debía ser él quien la ayudara a recuperarla.

El autobús 244 no llegaba. Maurizio encendió un cigarrillo, ansioso. Querría decirle lo mucho que valía, lo mucho que debía quererse a sí misma, pero esas palabras sonaban ridículas en su mente. Algo en él -o en ella- lo animaba simplemente a recorrer su inocencia con la boca, a abandonarlo todo por ese pálpito repentino. A subir la apuesta más allá del límite de lo razonable. Era la parte de él que soñaba con que ningún autobús pasase, con que el alba no apagase las farolas. La otra parte intuía que el alba, inexorable, sí apagaría las farolas, y que el riesgo de aquella apuesta era inasumible.

"¡Oh, Katja!". Él sujetó suavemente su cabeza con las dos manos, deslizó sus dedos por las cascadas de su pelo, y se inclinó sobre su rostro. Y la besó. En la frente. Aquel beso no saciaba a ninguno de los dos, pero los dos sonrieron.

Katja detuvo un taxi, segura ya de que el autobús no pasaría esa noche. "Hasta siempre". Los dos veían la mirada líquida en los ojos del otro, pero ninguno añadió nada. Maurizio insistió en pagar, y dejó un billete de 20.000 rublos en la palma de su mano. Para ella era una pequeña fortuna y no se negó a rechazarlos una segunda vez. Ella le dio las gracias y entró en el coche. "Úlitsa Púshkina", alcanzó a oír él. Aunque pagar el taxi era un detalle imprescindible, no pudo evitar sentirse sucio, como si hubiese tratado a una reina como a una ramera barata. Katja ya no se volvió para un último gesto de adiós; el Lada se alejó por la avenida Skorina, hasta que sus faros se diluyeron entre las luces nocturnas de la ciudad.

De vuelta a la fiesta, Maurizio se unió con fingido entusiasmo al coro de conocidos que le brindaban buenos deseos para el futuro. Apuró el penúltimo vaso de vodka, mientras pensaba que quizá en otras circunstancias, él no habría regresado: habría acompañado a Katja a su apartamento, o hasta el fin del mundo. En otras circunstancias.

Eliseo

Eliseo

In memoriam Argimiro Iglesias Vázquez (1932-2012)

Un paso, y otro, y después otro más. Eliseo emprendió su rutina diaria, que don Alejandro le había prescrito con ese tonillo suyo, que mezclaba cariño y condescencia a partes iguales: "Eliseo, menos plato y más zapato". Él refunfuñó, pero fue obediente, y el día siguiente fue el primer día de su nuevo oficio de caminante.

La de aquel domingo era una mañana especialmente luminosa. Y estaba de buen humor: "Vai ser certo que andar é bo para o corazón". La rutina de sus paseos lo llevaban desde su casa a la plaza de abastos, de la plaza de abastos a la Banda del Río, de la Banda del Río a la alameda. Allí, antes de que el corazón le exigiese un descanso mayor, se detenía ante un poste de la compañía eléctrica que los vecinos empapelaban con esquelas. "Fulano, que xoven". "Mengana, caramba, aínda durou ben anos". Luego, de la alameda al muelle, y de vuelta a casa, un paso, y otro, y después otro más.

Inició la caminata. Como era festivo, no pudo entrar en la plaza de abastos para divertirse con el alboroto de las pescantinas. No le importó ese pequeño contratiempo: se sentía fuerte, radiante, contagiado por aquella mañana que resplandecía. Sí observó las fachadas blancas de la Banda del Río, los primeros brotes de los almendros de la alameda. También leyó las esquelas del poste de la compañía eléctrica. Entre el batiburrillo de cuartillas grapadas, se fijó en una esquela sin cruz, atípica en el texto y la disposición: "El señor don Eliseo Souto Pérez durmió en Jesús el día 18 de febrero de 1933, a los 80 años de edad. Su esposa, hijos, hermanos, sobrinos y demás familia agradecen las condolencias e invitan a asistir al breve funeral que tendrá lugar el lunes, a las 17:00 horas, en el cementerio municipal. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo". Volvió a leer, extrañado: "Eliseo Souto Pérez". Era él.

Miró a su alrededor. No había nadie. De hecho -ahora caía en ello- no se había cruzado con nadie durante el paseo, ni siquiera con alguna de las devotas católicas que acudían a misa de ocho. El café de la alameda estaba cerrado, también el kiosko de prensa. Nadie, más que él. Todo silencio, salvo el grito de las gaviotas y el embate de las olas contra el muelle. Se sintió desorientado.

La fuerza de la costumbre lo llevó al extremo del espigón. El mar brillaba tanto que le cegaba. Fue en ese momento cuando, detrás de él, sintió una Mano Ligera que flotaba en su hombro, y una Voz Suave que le susurraba al oído en un lenguaje sin palabras. Entonces sonrió, se dio la vuelta y abrió los ojos.

Próxima parada, Sol

Próxima parada, Sol

Como si no hubiese tenido existencia previa, todo pareció que sucedía por primera vez a los catorce años. La primera vez que viajaba solo en tren. La primera vez que se perdía en el alboroto de una gran ciudad. La primera vez que tomaba el metro. La primera vez que se enamoraba, no de una mujer de carne y hueso, sino de una voz, delicada, cristalina, excitante, que decía: "Próxima parada, Sol".

"Palabras para Julia", de José Agustín Goytisolo

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Qué tristeza me provoca este hombre y sus versos. El otro día leímos en clase este poema, y no he resistido la tentación de dedicarle también un pequeño espacio en este blog, ahora además que está cerca el aniversario de su muerte. 

El mayor de los Goytisolo, José Agustín (Barcelona, 1928), lo escribió para su hija (publicó el poema en el libro Bajo tolerancia, en 1973), pero es muy probable que la memoria de su propia madre, también de nombre Julia, estuviese presente en la inspiración de los versos. Julia, la madre, murió en un bombardeo de la aviación franquista durante la Guerra Civil cuando él tenía once años, y semejante tragedia, unida a la indiferencia que hacia su primogénito sentía el padre, hizo de José Agustín un chico frágil. Qué versos tan duros esos en los que recuerda: me perseguía siempre / la triste cantinela: / no sirves para nada.

José Agustín siguió con su vida, estudió leyes, se dedicó a la literatura (compañero de generación de Jaime Gil Biedma, José Ángel Valente, Ángel González o José Manuel Caballero Bonald), fue traductor, se relacionó con el entonces clandestino Partido Comunista como reflejo de su compromiso político y social. Pero él resume así su biografía: De tristeza en tristeza / caí por los peldaños / de la vida.

La distancia sideral entre la realidad y el deseo debieron de frustrarlo enormemente. Goytisolo soñaba un mundo al revés:

Érase, una vez,
un lobito bueno,
al que maltrataban
todos los corderos,
y había, también,
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un ladrón honrado.
Todas estas cosas
había, una vez.
Cuando yo soñaba
un mundo al revés.

Al cumplir los setenta años afirmó: “Si tuviera que vivir todo lo que he vivido, preferiría no volver a vivirlo”. Un año más tarde, José Agustín se precipitaba por un balcón. La historiografía literaria dice que fue un suicidio; la familia lo niega. Era, curiosamente, el Día del Padre, el 19 de marzo de 1999.

Su muerte dejó huérfana a Julia. Ella, la niña ya mayor, decía que ese poema siempre le resultó duro de leer, y no me extraña, pues imagino en ella una mezcla de orgullo y tristeza difícil de conjuntar. Este es el poema. Un legado de fe y esperanza para su hija, aunque él probablemente ya hubiera perdido ambas desde hacía mucho tiempo. "La vida es bella, tú verás..." Cuesta creer que el mayor de los Goytisolo se creyese de verdad esas palabras, pero probablemente pensó que lo que su hija necesitaría en el futuro no sería un mensaje nihilista sobre el absurdo de la vida, sino unas sencillas palabras de ánimo y esperanza...

PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

 

PS. Muy recomendable la lectura del artículo de Atlas de poesía dedicado a José Agustín Goytisolo.

PS II. Muchos grupos han musicado el poema, entre ellos Los Suaves. La versión de Paco Ibáñez sea quizá la más conocida.

Comentario de texto "Acción de gracias"

Pongo aquí un ejemplo de un comentario de texto lingüístico (en este caso, argumentativo), para que los alumnos de 4º practiquéis... Está escrito en el tiempo que puede durar una clase (50 minutos aproximadamente) así que puede considerarse un simulacro...

 

Escena inicial de "Cadena de favores"

 Inspirador...

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Disfraz de carnaval

Disfraz de carnaval

Aquel año, cansado de llamativos trajes de fantasía, decidió disfrazarse de sí mismo. Lo que no esperaba era que todos, absolutamente todos, siguiesen sin reconocerle.

Tumulto de pequeños colegiales (y yo, tan viejo)

Hoy han venido a visitarme al Instituto unas exalumnas, ruidosas, joviales, felices. No es exactamente el mismo contexto, pero me he acordado de esos versos de Machado, que también fue profesor, por cierto...

La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas.

Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.

¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas! 

El biblioburro

Una inspiración para todos los que somos responsables de bibliotecas escolares y, en general, para los que nos preocupamos de que las nuevas generaciones sigan adquiriendo el hábito de la lectura.

Obsesión

Obsesión

 

El aborrecimiento con que la aborreció fue mayor que el deseo con que la había deseado (2º libro de Samuel, capítulo 13).

 

Nunca antes le había interesado una mujer como aquella. En realidad, aquella fascinación carecía de todo sentido: no era especialmente bella, ni esbelta; tampoco especialmente dulce o delicada. Sin embargo, había en ella algo perturbador, un halo oscuro, una sensualidad tórrida escondida entre esas guedejas de pelo negro, en las curvas de sus pequeños senos, en la generosidad de sus caderas. Era nada, y era todo, lo que removía en él los demonios de la naturaleza. Se sentía como en un túnel. Sus pensamientos lo arañaban como murciélagos.

Como un juego, para desahogar su carga, comenzó por bromear con ella, por regalarle algunos piropos inofensivos. Ella movía la cabeza fingiendo disgusto, pero él la conocía sobradamente de esos intermedios de café y galletita que ambos compartían con los otros compañeros de oficina: sabía que no le gustaban las flores, las frases empalagosas, los abrazos; pero también sabía que sus cuarenta y cinco años le pesaban demasiado, que no le gustaba conducir, que su gato no era para ella suficiente compañía.

Se dejó ir, pensando que en cualquier momento podría cortar aquella obsesión absurda. Continuó con coqueteos aparentemente casuales, tan directos como para desconcertarla, pero lo suficientemente sutiles como para no parecer insolente. Sintió que ella entraba definitivamente en el juego cuando, un día que sus miradas se cruzaron, él deliberadamente aguantó la suya. Ella bajó los ojos, pero él siguió atravesándola, seguro de que volvería a mirarle. Así sucedió, y en ese instante entendió que un abismo se abría ante él, definitivo.

Dejó pasar algún tiempo más, alimentando la ansiedad de ella. Ella quiso parapetarse tras una máscara de arrogancia, dispuesta a presentar batalla. Pero él rehuyó la pelea, la ignoró calculadamente, hasta que una tarde se presentó de improviso en su apartamento. No dijo nada. Ella sí quiso decir algo, pero nada rompió el silencio. Él la arrimó con fuerza contra la pared, y buscó la humedad de su boca, sin más caricias que las necesarias.

Sabía que un preliminar sentimental los defraudaría a ambos. Por ello fue deliberadamente brusco, la llevó hacia el sofá, la sentó en sus piernas, de espaldas, le giró la cara, la besó con furia. Su mano buscó el calor de las ingles, bajo la falda. Ella gemía, la voluntad entregada. Luego la bajó al suelo, le arrancó la ropa, entró en ella como un animal rabioso. Quería romperla con cada embestida. Ella lo ataba con sus piernas mientras extendía sus brazos a lo largo de la alfombra. La embestía todavía cuando empezó a pensar qué coño hacía él allí, tirándose a aquella zorra insulsa. La embestía todavía cuando se sintió embotado de su olor, cuando empezó a sentir náuseas, de ella y de sí mismo, de aquel sexo miserable. La embestía todavía cuando le agarró el cuello, para apagar esos gritos de placer que le estallaban en la cara. La embestía todavía cuando sintió que cedía la presión en sus caderas, los gemidos, el brillo de la mirada.

Finalmente se retiró, exhausto. Ella permanecía con los ojos abiertos. Se vistió y salió a la calle a toda prisa. Agradeció el aire fresco de la noche. En lo alto, se desperezaba una luna blanca, llena, hermosa.

Leo (Messi)

Leo (Messi)

Campaña de fomento de la lectura en Santa Tecla (El Salvador). Requetebuena.

"Restricciones lingüísticas", por Juan José Millás

"Restricciones lingüísticas", por Juan José Millás

      Me topé hoy con este interesante artículo de Juan José Millás, sobre el empobrecimiento crónico del lenguaje (y de las ideas, tanto monta, monta tanto...).

       RESTRICCIONES LINGÜíSTICAS

       Soñé que el lenguaje común, el que utilizamos usted y yo todos los días para comunicarnos o descomunicarnos, procedía de una especie de pantano donde se almacenaban los sustantivos, los adjetivos, las construcciones sintácticas, las frases hechas, los verbos, los adverbios, las preposiciones y las conjunciones... Ustedes y yo éramos los conductos, las tuberías por las que fluían diariamente tales reservas. Así, del mismo modo que al abrir el grifo salía agua, al abrir la boca salían palabras. El sistema de conducción era complejo, tanto o más que el del gas, por lo que con frecuencia se producían fugas de significado.
      En un momento dado, aconteció una suerte de escasez gramatical que afectó tanto al lenguaje oral como al escrito. Las reservas lingüísticas empezaron a disminuir sin que se diera un fenómeno que contrarrestara tales pérdidas. Siguiendo el modelo aplicado a las épocas de carestía de lluvias, el Gobierno impuso restricciones muy severas al uso de la lengua. No se podía hablar más que entre las siete y las nueve de la mañana, por ejemplo, y las siete y las nueve de la noche, limitaciones que afectaban tanto a las personas físicas como a la radio o a la televisión. En el Parlamento, las intervenciones de los oradores quedaron reducidas a la cuarta parte de lo habitual, siendo prohibidas las metáforas, que acusaban la escasez más que cualquier otra figura retórica. Los periódicos, por su parte, tuvieron que buscar el modo de decir en 40 páginas lo que antes decían en 80, lo que afectó principalmente a las columnas de opinión.
      Al verse obligados a formular en poco tiempo lo que antes podían pronunciar a lo largo de las 24 horas del día, los ciudadanos se pasaban la mitad de su existencia ensayando mentalmente el modo de expresarse. Así, los amantes llegaban a sus citas con las palabras elegidas; los políticos procuraban decir algo cada vez que abrían la boca; los vendedores describían las excelencias de sus productos en dos frases. Los teólogos, por cierto, se callaron. A los pocos meses de la puesta en vigor de estas medidas, los pantanos de la lengua recuperaron los niveles anteriores al desastre y se levantaron las restricciones. Pero los ciudadanos abrían ahora el grifo (o la boca) con prudencia.
                                                              Faro de Vigo, 27/3/2009

Tópicos literarios, desde la Edad Media a la Edad Moderna

Tópicos literarios, desde la Edad Media a la Edad Moderna

Lamentablemente no sé quien es el autor de esta recopilación de tópicos, pero me parece que echaré mano de ella... El que más suene será sin duda el carpe diem ('aprovecha el día'). Pero hay que advertirlo, en el Renacimiento "aprovechar el día" no era un hedonista "comamos y bebamos, que mañana moriremos" (1ª Corintios 15:32), como la sociedad actual tiende a interpretar, sino un llamamiento a hacer un ejercicio de responsabilidad con cada minuto de vida con que hemos sido bendecidos, algo parecido al bíblico "Andad sabiamente, redimiendo el tiempo" (Colosenses 4:5)... Los humanistas del siglo XVI comprendieron el protagonismo, la capacidad, la fuerza de la volunta del hombre, pero también en la responsabilidad que ello implicaba. Vamos, siguiendo con tópicos, lo que el tío Ben le dijo al superhéroe arácnido: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad".

http://www.google.es/url?q=http://literaturaele.wikispaces.com/file/view/topicos-literarios.doc

La Estrella de los Magos

La Estrella de los Magos

Inspirado en un hecho real...

Noche de Reyes. Un velo de oscuridad cierra toda la Terra Cha lucense; solo los tramos de carretera por los que pasamos, hacia Ourense, van encendiéndose y apagándose alternativamente, a medida que los faros del coche apuntan y dejan de apuntar al asfalto. Apenas hay vehículos, ni en un sentido ni en otro. De repente, un fulgor atraviesa el cielo y lo ilumina todo, como en un espectáculo de pirotecnia. Es una luz potente, cálida, hermosa: ¡la Estrella que guía a los Magos! No, no puede ser... Claro que no, ya me doy cuenta, es el destello del flash de un cinemómetro de la Dirección General de Tráfico. Sumergido en mis meditaciones, me debió de pasar desapercibida una señal de tráfico que probablemente anunciaba, cien metros antes, con funesto pareado, "Por su seguridad, control de velocidad". Maldito radar. Definitivamente, se acabó la Navidad.

"El frío modifica la trayectoria de los peces", de Pierre Szalowski

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Ayer terminé El frío modifica la trayectoria de los peces, de Pierre Szalowski, el libro que escogí para leer durante estas fechas de asueto navideño. Desde luego, resultó ser una lectura muy adecuada: la novela narra una historia sucedida durante las navidades de 1998, en un pequeño vecindario de un barrio de Quebec, en Canadá. Lo que distingue a esta navidad canadiense de 1998, el lance patético aristotélicamente hablando que impulsa la fábula, es un suceso meteorológico adverso: una memorable tormenta de hielo que trae el caos a la ciudad. Y ese mismo día, un niño de once años descubre que sus padres se van a separar...

Pero El frío modifica la trayectoria de los peces no es simplemente una novela contextualizada en una Navidad, es que toda ella es muy navideña. De ahí ese tono de "buenrollismo", algo naïf, que hace que parezca que estemos ante un cuento de hadas... Esto me molestó un poco, lo confieso; y lo que acabó de disgustarme fueron algunas inconsistencias -a mi humilde entender- respecto al tema de los peces de acuario, cuya trayectoria uno de los protagonistas analiza, a la temperatura constante de 32º (es que soy un acuariófilo, y me pongo algo pesado cuando de animalitos de acuario se trata :-) Pero bueno, qué caramba, no nos pongamos puntillosos. Lo de los peces al fin y al cabo no es más que una metáfora, y lo del toque naïf... pues qué época mejor que esta para dejarse llevar por la ingenuidad, que hace nada fue Año Nuevo, y mañana Reyes...

Así que, dejémonos llevar. ¿Qué es fundamentalmente esta novelita? Un viaje del yo al nosotros. Me explico. La tormenta de hielo lleva a los personajes a una anagnórisis progresiva -sigo aristoteleando-, es decir, a un conocimiento de la Otredad, a un darse cuenta de que el Otro existe. Y el Otro es el vecino con el que apenas habías cruzado cuatro palabras. La tormenta pone sus vidas patas arriba, rompe sus patrones habituales de conducta y sus esquemas preestablecidos, los hace moverse de ese sillón, de esa falsa sensación de confort que supone el "yo me ocupo de lo mío". Y el resultado de la interacción valdrá la pena, porque al final del relato sus vidas son mucho más plenas. Es la catarsis final, la purificación. La tormenta ya no es una crisis en el sentido negativo que se le suele dar -un desastre- sino un cambio en el proceso de la vida, un cambio que puede implicar la oportunidad de convertirse en alguien más feliz. Esta perspectiva de cualquier crisis requiere esfuerzo, mentalidad positiva, pero parece una perspectiva desde luego mucho más enriquecedora y apetecible.

La anagnórisis coral del vecindario puede resultar poco creíble. Pero creo que a Szalowski no le importa tanto la verosimilitud de su historia como invitarnos a reflexionar sobre hacia donde estamos mirando, si hacia nuestro ombligo, o si hacia el rostro de los demás. Vamos, formulamos la ley general: nuestra felicidad no está sino en la felicidad del otro. No sé si esto tendrá que ver con lo que suelen llamar "espíritu navideño", pero de repente la novela ya no parece tan naïf, y si nos lo parece, puede que sea porque la idea choca con cierta amargura crónica que padecemos. Szalowski no es desde luego el primero que cree que seremos felices si colaboramos en la felicidad de los demás, y es muy posible que tenga razón. Hace unos días leí un artículo de Lucía Etxebarría que insistía en la misma tesis, demostrada empíricamente en un estudio de una universidad canadiense (canadiense, qué casualidad): "Cuanto más dinero gasta la gente en otros, más feliz es". Pues va a ser cierto. Aunque también es cierto que a veces necesitamos una buena crisis para darnos cuenta. Como sugiere El frío modifica la trayectoria de los peces, nada como una buena tormenta para mover tu culo del cómodo sillón en el que te estás idiotizando... 

Brindis de Navidad

Brindis de Navidad

Hoy es Nochebuena, y en una semana será Nochevieja, pocos momentos más tradicionales que estos para las felicitaciones y buenos deseos. Así que yo también me uno a la tradición, y a todos -a los que os conozco personalmente y a los que no- os deseo de corazón un Feliz Camino: que encontréis aquello que buscáis, y que sepáis buscar aquello que necesitéis. Permitidme regalaros un modesto microrrelato...


BRINDIS DE NAVIDAD

Mientras descorchaba la botella, Tinín sintió una punzada de culpabilidad por todas las Navidades perdidas. Pero bueno, al fin estaba en casa, y allí estaba todo listo, como en una postal perfecta, el fuego de la chimenea, las luces del árbol, los villancicos sonando en el tocadiscos, el cordero asándose en el horno... Vertió el champán –del caro, la ocasión lo merecía- en las dos copas. Se entretuvo un segundo, observando las burbujas que subían juguetonas a la superficie, y su mente voló por un instante a todos los mares recorridos, todos los puertos desembarcados, todas las novias fugaces cuyo amor había saboreado. Pero ese año, por primera vez había sentido el anhelo profundo de colgar las redes, de sentir para siempre un suelo firme bajo los pies. Así que, un poco nervioso, como un actor debutante en el estreno de una obra de teatro, se esforzó en la representación que sabía que de él se esperaba. "Bueno… Feliz Navidad!". No encontró la respuesta esperada. Alrededor, todo seguía en su lugar: el fuego, las luces, los villancicos, el cordero. "Feliz Navidad, Nieviñas!", repitió con la copa en alto, en un tono más afectuoso. Las burbujas subían más lentas, más pesadas. "Veña ho, por esta Navidad, muller, a primeira de moitas xuntos", añadió al fin, como esperando algo. Todavía tardó diez minutos en comprender que allí ya no había nadie, que Nieves lo había abandonado, que la última burbuja hacía tiempo que había desaparecido. Solo estaba él, con un fuego, con unas luces, con unos villancicos, con un cordero.

"Inocencia perdida", de Giselle Aronso

"Inocencia perdida", de Giselle Aronso

No entiendo que el microrrelato de Augusto Monterroso, "Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí", haya alcanzado semejantes cotas de popularidad. A mí me parece una chorrada, o para no ser tan taxativo, un pequeño juego verbal que no resiste comparación alguna con otros memorables relatos del autor hondureño.

Vean ustedes, por el contrario, el poco conocido microrrelato de la poco conocida Giselle Aronso, titulado "Inocencia perdida", claramente inspirado en el de Monterroso, pero con una fuerza dramática infinitamente mayor: 

"Cuando desperté, aquella noche de Reyes, al mirar mis zapatos, mi padre todavía seguía allí".

Me disgusta un poquitín ese "al mirar" que expresa simultaneidad temporal, que creo que debiera haber sido sustituido por un "para mirar" que expresase finalidad. Pero el relato es soberbio, ¿verdad? Una pequeña joya que uno se encuentra por casualidad. Aprovechemos la coyuntura para leer otros dos microrrelatos de esta escritora argentina...

 

Des-creación

En el principio, encendió las sombras.

Al segundo día aniquiló su deseo.

Durante el tercero se dedicó a eliminar el asombro.

Todo el cuarto día lo ocupó en sofocar la ilusión.

Destruyó todas y cada palabra durante el quinto día.

Al sexto día decidió apagar su voz.

Y el séptimo día, desapareció.

 

El paredón

Sabía que estaba allí, por eso no necesitó corroborarlo antes. Recordaba perfectamente que se encontraba al final de una calle sin salida, luego de las siete cuadras que ocupaba una fábrica de zapatos.

Sentía que era la mejor opción para su decisión, la que más la identificaba, la más emblemática.

Cruzó la ciudad con la tranquilidad de quien ya ha atravesado las mareas de su mente y está del otro lado. Por eso mismo, ya no pensaba; de esa orilla no hacía falta la razón.

Cuando llegó por fin adonde la fábrica comenzaba, automáticamente como tantas otras veces, su pie derecho aflojó el acelerador mientras el izquierdo al mismo tiempo activaba el embrague y su mano apretaba la palanca moviéndola a la posición de cuarta velocidad. La misma operación fue repetida para pasar a la quinta. Tres cuadras le bastaron para alcanzar los 160 kilómetros por hora. En ese número se condensaba el último sentido de todo.

Las cuatro cuadras restantes se volvieron líquidas en el tiempo.

Al llegar a la séptima, se aferró con toda la fuerza que le quedaba al volante y sin dudarlo avanzó como si fuera a zambullirse en esa masa concreta y uniforme que la atraía. Su límite final.